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La casa de los lobos. Hilary Mantel

AutorGabriella Campbell el 5 de abril de 2010 en Reseñas

Wolf Hall

Todo país tiene un villano, casi todos los países tienen varios. Hablamos de aquel sobre el que se cargan las culpas históricas, aquel que deshizo la gloria nacional, aquel que perdió las colonias o mantuvo a un estado bajo un dominio de terror. En España tenemos nuestra lista de reyes débiles, de mujeres malvadas y de ministros corruptos. Pocos recuerdan con cariño a Godoy o a Torquemada, y el propio Francisco Franco, si bien hoy en día todavía mantiene fervientes seguidores, no es precisamente un héroe a ojos de la fama internacional. Del mismo modo, algunos personajes que han sido alabados dentro de una nación han obtenido una reputación pésima fuera de sus fronteras, como pueden ser Vlad Tepes o nuestro Felipe II, de quien los ingleses y franceses decían que al morir dejó un cuerpo infectado de inmundos gusanos.

Uno de esos personajes polémicos poco apreciados por sus conciudadanos de ayer y de hoy fue Thomas Cromwell. Célebre consejero del más célebre todavía Enrique VIII, monarca lamentablemente más recordado por sus líos de faldas que por su trascendencia política, Cromwell se granjeó el odio del clero al dedicarse a sanear la economía de Inglaterra a base de cerrar monasterios y desamortizar terrenos, todo esto, según la leyenda popular, después de haber metido a Ana Bolena en la cama de su rey, obtenido un cisma de Roma y ejecutado vilmente al muy santo Tomás Moro. Cromwell era un hombre amado y detestado a partes iguales: el clero lo odiaba por limitar su poder; parte del pueblo lo amaba por mejorar sus condiciones; la corte lo odiaba por ser un hombre de nacimiento humilde, sus sirvientes y amigos lo adoraban por ser benévolo, justo y generoso con los suyos.

Tras disfrutar de la confianza del Rey y de varias de las esposas de éste (recordemos que el majestuoso Tudor tuvo seis, ni más ni menos), las presiones de la corte finalmente acabaron con él y cayó en desgracia. El propio Enrique VIII se vio obligado a ordenar su ejecución, aunque diversas fuentes aseguran que lo lamentó profundamente y se arrepintió en gran medida. Si el apellido Cromwell os resulta familiar puede que sea por su descendiente, Oliver Cromwell, que tuvo el mando del país tras la ejecución de Carlos I.

Hemos podido vislumbrar algo de la personalidad de Thomas en la obra de Philippa Gregory, La otra Bolena, que ha sido también llevada al cine, pero recientemente una autora británica se ha atrevido a reivindicar a este siempre despreciado hombre, que surgió de la nada para gobernar un país, un hombre que consideró que el bienestar de su gente y de su gobierno era más importante que la obediencia a Roma. Hilary Mantel, que con su obra Wolf Hall obtuvo el año pasado uno de los más prestigiosos premios literarios en existencia, el Man Booker Prize, nos habla de un mercader y economista nato, amigo de sus amigos, compasivo y devoto hombre de familia, que se vio arrojado a unas circunstancias en las que supo ser, ante todo, pragmático y fiel a los intereses de su nación. Mantel no se amilana a la hora de mostrarnos una cara excelentemente documentada de un hombre considerado por muchos enemigo y traidor, ni de bajar de su nube de santidad al siempre glorificado Tomás Moro, que en su obra se nos revela como un hombre sádico, y dogmático, inquisidor supremo de su propia cruzada espiritual.

Wolf Hall

Todo esto sería ya de por sí interesante si no fuera porque Mantel trasciende el simple argumento entretenido. Ha conseguido empujar al lenguaje más allá de sus cómodos confines, desafiando leyes narrativas y consiguiendo, para sorpresa del lector, estructurar su historia en segmentos de pequeños y grandes personajes, dotando a cada figura de color con sólo dos palabras, construyendo un macroconjunto de piezas complejas que no se veía desde narradores inmensos y acaparadores como George Eliot o Charles Dickens. Aunque el nivel simbológico, el poder de la metáfora, se halla actualmente en pleno desarrollo gracias a autores inventivos como Murakami, llevábamos años sin encontrar un escenario tan completo, un uso tan exacto, económico, elíptico y precioso a la vez del lenguaje. Mantel no es sólo la autora que está consiguiendo recuperar la historia, es también la autora que está consiguiendo recuperar la novela. Eso sí, me gustaría mucho ver quién tiene narices de traducirla al español.

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