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¿Cuándo pasó el vampiro de dar miedo a dar abrazos?

AutorAlfredo Álamo el 19 de mayo de 2016 en Divulgación
  • El horror del primer vampiro victoriano se ha diluido con las décadas.
  • A partir de los años 70 del siglo XX empieza a ser un mito romántico.

Joven mujer pálida con los labios muy pintados frente a un bosque.

Si bien el mito del vampiro siempre ha estado vinculado, desde su aparición en el relato de Polidori y más tarde en el Carmilla de LeFanú, al sexo y la lujuria, durante la mayor parte de su historia ha sido considerado un monstruo, un devorador de almas, un ser abyecto que no hacía otra cosa que provocar el miedo y que tenía que ser destruido. Pero hoy en día es un personaje atormentado que lleva su inmortalidad con pesar y que se ha vuelto objeto de pasión romántica. ¿Cómo y cuándo cambiamos nuestra percepción sobre la naturaleza del vampiro?

Como ya hemos dicho, el Drácula de Stoker, fijado en la cultura popular gracias a la película de Browning y Lugosi, no era especialmente atractivo. Poseía poderes de control mental, sí, pero eso, en todo caso, lo acercaba a otras figuras igual de repulsivas como Svengali. No era alguien a quien se pudiera querer. Durante gran parte del siglo XX, el vampiro se mantuvo de ese modo, como un extraño, el ejemplo máximo del Otro en la literatura de horror.

Sin embargo, y quizá tras el cambio de icono como Drácula a cargo de Christopher Lee, que revitalizó el mito con sus películas de la Hammer, era inevitable que la cultura popular maleara al vampiro de nuevas formas. A finales de la década de los 60 y 70 apareció la serie de televisión Dark Shadows -muchos habrán visto el remake de Tim Burton-, en la que se presenta por primera vez a un vampiro con problemas propios: atormentado por ser un monstruo, con problemas de adaptación a los nuevos tiempos, relaciones tempestuosas… Esta visión fue aprovechada en 1966 por el prolífico autor de novela romántica W.E.D Collins para lanzar la serie de Barnabas Collins, en la que el propio vampiro es el protagonista.

Sin duda, este fue el pistoletazo de salida para la serie que lo cambió todo unos pocos años después, Las crónicas vampíricas de Anne Rice. El acierto de esta escritora fue no dejar de lado el terror como género principal de sus novelas, mientras convertía a los vampiros en auténticos héroes románticos que vivían la inmortalidad de una manera muy diferente a como nos lo habían vendido hasta el momento.

A partir de ahí se crean numerosas corrientes a la hora de tratar el vampirismo, como no podía ser de otra manera al entrar en la época de la posmodernidad y la mezcla y reinvención de los mitos. Por un lado se sigue una corriente de antihéroes o héroes románticos, que se dispara con la adaptación al cine de Entrevista con el vampiro, mientras que otros autores, como Stephen King, apuntan al horror clásico con novelas tan imponentes como Salem’s Lot. En el apartado de romance y erotismo, es inevitable nombrar las novelas de Laurell K. Hamilton de Anita Blake.

El vampiro como héroe/antihéroe llega a su momento más pop con la serie de televisión de Joss Wheddon Buffy cazavampiros en la que uno de sus protagonistas, Ángel es la sublimación adolescente de esa transformación del mito del vampiro y que, finalmente, llegó a disfrutar de su propia serie.

¿Y hoy en día? Hoy se vive la época tras Crepúsculo, un compendio de la tradición romántica que incluso llega a cambiar las bases formales del vampiro, con influencias que van desde la propia Buffy o la empalagosa versión del Drácula de Coppola, a juegos de rol, películas y hasta videojuegos. El vampiro actual es percibido como un eterno adolescente que trata de escapar de una férrea disciplina impuesta por clanes, familias y tradiciones antiguas. Es un rebelde al que sólo puede frenar una cosa: el amor.

Ay, si Bela Lugosi levantara la cabeza.

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Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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