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Buenos escritores, malas personas

AutorAlfredo Álamo el 18 de junio de 2014 en Divulgación

Bueno y malo

¿Debería la obra de un escritor estar desligada de su vida personal? ¿Acaso nos debería importar que un autor fuera un encanto de persona o, por el contrario, un racista o un machista declarado?

Convivir con un escritor no parece ser tarea fácil. Si se obsesionan con su trabajo puede que pasen días ensimismados, tomando notas sin hablar con nadie, escribiendo hasta altas horas de la madrugada… y no sólo eso. Faulkner decía que:

El novelista ha de estar dispuesto a mentir, robar, falsear e incluso a vender a su madre con tal de conseguir crear la Obra.

Ahí es nada. Pero, a fin de cuentas, esa actitud de compromiso con la propia obra es comprensible. Ser huraño o un poco egocéntrico son actitudes dentro de lo razonable, sobre todo si se vive la escritura de manera pasional.

Sin embargo, hay escritores cuya obra artística, de primer orden, se puede ver manchada por sus opiniones racistas o machistas, o incluso por sus propias acciones criminales, por no hablar de aquellos autores que han apoyado regímenes dictatoriales.

Hablar de estos autores es hablar de Celine, claro. La polémica alrededor de este autor francés saltó hace unos años cuando se le intentó hacer un homenaje: su pasado como colaboracionista nazi le ha perseguido más allá de la tumba y todavía hoy está marcado como un apestado, pese a haber escrito algunas de las mejores páginas de la literatura francesa contemporánea.

Pero hay más ejemplos. V. S. Naipaul se ganó una buena bronca cuando afirmó que las mujeres eran incapaces de crear una gran obra literaria, ya que eran «sentimentales y con una limitada visión del mundo». Estas declaraciones provocaron que muchas mujeres apartaran su obra de sus lecturas pendientes, pese a la más que evidente calidad del autor.

El antisemitismo ha sido quizá el elemento más constante en la lista de defectos de muchos autores, aunque en este caso me atrevería a decir que viene más de la propia sociedad en la que muchos han crecido. T. S. Eliot fue acusado de antisemitismo en numerosas ocasiones y, para ser exactos, en su obra sí que se aprecia este racismo.

Pero hay más ejemplos: Aguantar a Dickens era un verdadero tormento, Flaubert pagaba por tener sexo con adolescentes y Norman Mailer tenía ataques de ira tan intensos que trató de matar a su mujer. En España también se han dado casos en los que un pasado político ha manchado la obra de un autor. A Agustín de Foxá, falangista y franquista, al que se le iba a hacer un homenaje a su obra literaria (que, por otro lado, es bastante política), le ocurrió lo mismo que a Celine.

¿Qué opináis? ¿Se puede ser aséptico y disfrutar una obra sin que influya saber quién es el autor? ¿Arte y vida son indisolubles? ¿Cuánto tiempo debe pasar para que el pasado social o político de un escritor desaparezca?

Os esperamos, como siempre, en los comentarios.

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(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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