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Cruceros posmodernos

AutorVíctor Miguel Gallardo el 11 de octubre de 2010 en Divulgación

Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer

Nunca nos pondremos de acuerdo sobre qué significa realmente la posmodernidad, e intentar definir este concepto sólo nos puede llevar (para los que no somos expertos en la materia) al dolor de cabeza. Por ejemplo, si le decimos a alguien que la obsesión por el consumo es un rasgo netamente posmoderno, paralelamente al paso de una economía de producción a una economía de consumo, estaremos dando una información muy válida y que difícilmente podrá ser refutada. Pero la posmodernidad implica muchas otras cosas, como por ejemplo que Kennedy le ganara unas elecciones a Nixon gracias al primer debate televisado entre candidatos. No por el debate en sí, que habría sido lo ideal, sino simple y llanamente porque Kennedy era más guapo y tenía un aspecto más saludable. Otro rasgo claramente posmoderno es la sobreinformación, la acumulación de fuentes con las que poder mantenerse informado. Internet vino a culminar esta tendencia de multiplicación casi hasta el infinito de los heraldos para el ciudadano. La pérdida de la intimidad, la tendencia al escepticismo religioso (cuando no directamente al desprecio de los cultos), la aparición de personajes que pasan de la noche a la mañana de ser desconocidos a relevantes y, de forma muy rápida, de nuevo ignorados o el culto a la tecnología también nos son conocidos.

Pero uno de los rasgos más visibles, insisto, es el exacerbado consumo de la sociedad del Primer Mundo en nuestros días, un consumo obsceno en muchos casos, injustificable (pues no responde más que a necesidades perentorias) y, a veces, incluso poco ético. Uno de esos productos de consumo es el turismo, y más concretamente los viajes organizados. La mayoría de las veces estos viajes tienen por destino países del Tercer Mundo que apenas se benefician de la incesante marea de occidentales (y de japoneses, y de árabes: en definitiva, de ciudadanos acomodados de toda raza y nacionalidad) bien armados de divisas que llegan a sus lugares de interés, ya sea cultural, natural o, para qué engañarnos, sexual. Del turismo sexual ya habló mucho y muy bien Michel Houellebecq en su conocida y polémica novela Plataforma, por ejemplo.

El tristemente desaparecido David Foster Wallace también hizo lo propio en su ensayo Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, en el que relata un crucero por el Caribe en el que se embarcó tras recibir un encargo por parte de la prestigiosa publicación Harper´s Bazaar. Este ensayo es una feroz crítica al mundo posmoderno, fuera Foster Wallace consciente o no de que él ya estaba más que predispuesto a odiar la experiencia. Yo creo que sí.

El ensayo resulta imprescindible para comprender los mecanismos que utilizan las compañías de cruceros de todo el mundo para la captación de clientes, para satisfacerlos, etc., y también es muy significativa la descripción del comportamiento de las tripulaciones de los barcos y sus bien formadas (y complejas) jerarquías, la mayor parte de las veces basadas en criterios raciales. También es interesante su mirada hacia los nativos, los que acogen con las manos abiertas a los orondos turistas cargados de dólares y euros. David Foster Wallace no puede sino admitir que en ellos predominaba, ante todo, el desprecio. Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer es, además, muy entretenida, y puede ser disfrutada incluso por aquellos a los que les gustan los cruceros o no son conscientes de ser, por sus actos y pensamientos, genuinamente posmodernos.

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