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Fausto, de Dios a la vanguardia (II)

AutorGabriella Campbell el 11 de noviembre de 2009 en Divulgación

Fausto

Según Jeffrey Burton Russell, son cinco los elementos de la leyenda que apelan con una especial fuerza a la imaginación moderna: Fausto es homocéntrico, pone un gran énfasis sobre el individualismo, la historia es pesimista, revela la ambigüedad de la búsqueda del saber, y el diablo tiene un carácter mucho más irónico y menos terrible de lo que suele pintar la tradición cristiana. El Fausto clásico de Goethe es un paradigma de idealismo que conjuga elementos propios de la literatura antropocéntrica: la búsqueda de la esencia, del Saber, de la Verdad, pero que recoge los restos de una cultura teocéntrica que sólo puede concebir la Verdad (ahora conocimiento producido y/o recogido por el hombre, en vez de recibido de la mano divina) como producto del Diablo. La redención de Fausto queda en manos de Dios, pero notamos cómo, en el fondo, la redención de Fausto surge a través de su propia experiencia y sus propias decisiones tras haber vivido de manera intensa. Es decir, nos encontramos con una obra que, a pesar del moralismo cristiano obviamente presente, ya cumple todos los requisitos para ser considerada como parte de una discursividad logocéntrica. Es interesante reseñar que en las versiones anteriores al Fausto de Goethe (o, más precisamente, la de Lessing), Fausto es asesinado por Satanás y conducido al infierno donde deberá pagar su parte del pacto, que era entregar su cuerpo y alma al Diablo. Estas versiones son propias de una textualidad teocéntrica que exigía un castigo por los inmensos pecados cometidos por el protagonista, y debían servir como escarmiento para los lectores. Sin embargo, a partir de Goethe surge la idea de la redención como salida a las tribulaciones de Fausto, quien es, esencialmente, un hombre que busca la Verdad, aunque sea en los lugares menos recomendables.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las adaptaciones de Fausto han sido muchas, y ese logocentrismo que trascendió a la religión ha ido evolucionando, aprovechando los recursos visuales y simbólicos que ofrece la puesta en escena, hasta convertirse en una obra asociada comúnmente con la transgresión. El Doktor Faustus de Thomas Mann (1947) recoge ideales muy distintos al Fausto de Goethe, exponiendo a su protagonista en busca de la superación de su arte como metáfora continua de la andanza europea hacia el nacional-socialismo. Aunque el contexto socio-cultural es muy distinto al de Goethe, y por tanto su función y construcción son muy diferentes, en su nivel más básico sigue cumpliendo los requisitos del idealismo originado en Kant y Hegel, perfeccionado por los románticos y adaptado a las condiciones contemporáneas. La forma de Mann es novedosa y la metáfora es ingeniosa, pero el discurso sigue siendo el mismo, un discurso que habla de lo Universal y de lo Trascendente. No será hasta mucho más adelante cuando la historia de Fausto pueda admitir nuevos lenguajes y nuevos textos, textos rompedores que juegan con el signo. Una representación fílmica relativamente reciente, llevada a cabo por la compañía de teatro La Fura dels Baus, juega con diversos elementos más propios de Lorca, por ejemplo, que de cualquier escrito de Goethe. “Con esta película queremos transmitir que, de alguna forma, Fausto somos todos, porque todos vivimos esa contradicción entre lo visceral y lo cerebral”, en palabras de Ollé y Padrissa, los directores. Esa contradicción entre lo visceral, entre lo físico e idealista, aparece una vez tras otra en el texto moderno, donde se conjugan elementos lógicos, argumentales, racionales, con elementos de color, sensación, casi táctiles, es decir, viscerales.

Fausto

Sin embargo, a pesar del esfuerzo por utilizar nuevos lenguajes y nuevos símbolos, el film muestra una línea básica que encaja en parámetros de racionalidad y sentido, el uso de formas diferentes no puede ocultar que la película sigue funcionando en una discursividad lógica, no llega a los límites de abstracción de la obra realmente vanguardista. Este intento de cambiar el lenguaje sin llegar a empujar realmente los límites de la textualidad se dio en otras obras de temática similar como Mi Fausto de Paul Valéry. Para romper realmente con las bases esencialistas de una obra como Fausto, habría que buscar nuevos caminos de desconstrucción y de expresión. Tal vez necesitaríamos de otra obra absurda, sin sentido, por lo que podríamos recurrir al humor y a la fantasía como hace Terry Pratchett en su adaptación pintoresca del mito en su obra Fausto, Eric, donde el personaje de Elena (supuestamente la mujer más bella del mundo) se ha convertido en una matrona gorda y ruda y donde el protagonista, un joven inexperto interesado en las artes oscuras como manera de “conseguir chicas”, en vez de convocar a Mefistófeles sólo consigue invocar a un mago mediocre que cumple sus deseos a medias. Esta obra es, posiblemente, gracias al poder de la parodia y el absurdo, más representativa de las nuevas clases textuales y de las formas rupturistas actuales, y probablemente se acerque más al texto actual que esas otras versiones del mito de Fausto de las que hemos tratado.

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