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El Lector, de Bernhard Schlink

AutorVíctor Miguel Gallardo el 21 de febrero de 2009 en Divulgación

El Lector

Es interesante constatar, y no es un tema demasiado recurrente en literatura y cine, que la Alemania nazi no estuvo formada tan sólo por hombres y mujeres adeptos a la causa de Hitler: también, tal vez en igual o mayor proporción, muchos otros fueron arrastrados a la vorágine del Tercer Reich por múltiples razones que no incluían la adopción como propios de los valores del NSDAP. En la recién estrenada Valkiria, por ejemplo, queda patente que una parte importante del ejército, en especial los descendientes de la nobleza prusiana, fueron soldados del Reich extremadamente eficientes que distaban mucho de considerarse nazis. En la galardonada La lista de Schindler el mismo protagonista, aunque miembro del partido, tampoco es un nazi en toda regla: su adhesión al régimen venía dada no tanto por convicciones políticas sino más bien por conveniencia, en su caso empresarial.

El lector, la nueva película del siempre sorprendente Stephen Daldry (director de Las horas y de Billy Elliot) está basada en la novela del mismo nombre del autor nacido en Bielefeld Bernhard Schlink. La novela, en parte autobiográfica, vio la luz en 1995 y se convirtió en un éxito de ventas ya no sólo en Alemania, sino también en Francia, Italia y otros muchos países. Tanto en una como en la otra el trasfondo de una Alemania no nazi durante el Tercer Reich cobra un peso específico clave para entender la historia y todas sus implicaciones.

The Reader

También es interesante hacer notar, dentro de los últimos días de la Alemania nazi y más concretamente involucradas en la “Solución Final”, la presencia de mujeres en campos de concentración y demás. Algunas fueron reputadas nazis, por convicción y devoción, tal es el caso de la controvertida y odiada Irma Grese (1923-1945). Grese, apodada “la perra de Belsen”, fue una integrante de la SS que desempeñó diversos cargos de alto rango en los campos de Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen y Ravensbruck. Muchas fueron las mujeres judías que murieron por orden suya, pero su lamentable fama se debe más a su sadismo para con las prisioneras que a su militancia activa en la Schutzstaffel (literalmente “escuadrón de defensa”, aunque esta organización ha pasado a la historia por sus siglas en alemán). Irma Grese, tras la liberación aliada, fue condenada a la horca y ejecutada por las autoridades británicas. Otro caso análogo es el de Ilse Koch, a la que la pena de muerte se le conmutó por la cadena perpetua. Si Irma Grese, cuando se leyó el veredicto de su juicio, montó en cólera no aceptando haber cometido nada condenable, Ilse Koch, veinte años después del fin de la guerra, no mostraba tampoco ningún arrepentimiento por su conducta en los campos de Sachsenhausen, Buchenwald y Majdanek, tal y como demuestra su correspondencia desde la cárcel con su hijo.

El lector es también la historia de una de esas mujeres que tuvieron vidas a su cargo en los campos de concentración nazis. En consonancia con Koch y Grese, también Hanna Schmitz, la protagonista de la historia, tiene unos orígenes humildes. En contraposición a ellas, Schmitz hizo lo que hizo más por el instinto de supervivencia de una mujer abocada a la pobreza más absoluta que por las ganas de medrar dentro del Reich… o por el sadismo y gusto por la tortura y la humillación ajenas.

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