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5 escritores que casi murieron escribiendo sus novelas

AutorAlfredo Álamo el 31 de octubre de 2017 en Divulgación
  • A veces la literatura es agotadora, tanto física como mentalmente.
  • Una gran obsesión acaba produciendo un estrés considerable.

Estatua de la muerte en un jardín.

Cualquiera que se haya enfrentado alguna vez a la escritura de una novela sabe que, a medida que el proceso avanza, se hace más y más absorbente, hasta tal punto que, en ocasiones, la ficción acaba por solapar a la realidad, haciendo que sea difícil distinguir a una de la otra. Las horas se vuelven días, las pequeñas dificultades se vuelven escollos insuperables y no es nada fácil llegar al final de la novela completamente indemne. Pero hay autores que sufren todavía un poco más, llegando a poner en peligro sus vidas.

George Orwell era de los que sufrían de lo lindo a la hora de escribir un libro. Su humor se resentía, era propenso a la ira y a trabajar mucho más de lo recomendable. Orwell tenía una salud frágil y sus largas horas obsesionado con su trabajo no hacían más que empeorar su estado. Tuvo un grave episodio de salud escribiendo Homenaje a Cataluña y la escritura y revisión de 1984 le llevó a las puertas de la muerte. De hecho, los dos últimos meses de trabajo los hizo convaleciente en la cama. Orwell murió unos pocos meses después de su publicación.

Herman Melville era otro de los que se metían por completo en la escritura, con una intensidad fuera de lo común. Se sabe que su familia y amigos intentaban hacer que descansara, pero, al igual que Orwell, cuando entraba en racha era casi imposible hacer que parara de escribir. Esto acabó por afectar a su salud, provocándole ataques de ansiedad, espasmos oculares y fuertes dolores de espalda. El hecho de que sus obras no llegaran a lograr el reconocimiento que buscaba incrementó su depresión.

Giacomo Leopardi, uno de los grandes poetas italianos, sufría de escoliosis, lo que le provocó una pequeña joroba. Se consideraba un “sepulcro andante”, algo que achacó a leer y escribir demasiado durante su juventud. Siempre pensó que la escritura había arruinado su vida, su apariencia y su salud. Lo que sí que es cierto es que fue muy prolífico y de notable talento: pese a morir a los 40 años está considerado todo un clásico.

Honoré de Balzac escribía sin parar, pero para poder hacerlo necesitaba siempre de una buena taza de café. De hecho, le hacía falta más de una, ya que él mismo se consideraba un adicto a esta amarga sustancia, a la que dedicó también no pocas palabras de halago. Llegó a comer semillas de café con el estómago vacío para lograr un mayor efecto. Sí, Balzac usó este método hasta su muerte a los 51 años. ¿La causa? Envenenamiento por cafeína.

Con el paso de los años, otras drogas fueron sustituyendo a la cafeína para aquellos autores que iban en busca de un buen subidón que les permitiera escribir durante horas, pero sin provocarles visiones o pérdida de contacto con la realidad. Las anfetaminas se convirtieron a principios del siglo XX en la droga favorita de autores como Ayn Rand, la cual experimentó cambios de humor, paranoia y ansiedad mientras terminaba El manantial. Acabó con dos semanas de absoluto descanso por órdenes del médico tras sufrir una crisis nerviosa.

Vía: LitHub

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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