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El archivo millonario de J.M. Coetzee

AutorGabriella Campbell el 25 de octubre de 2011 en Noticias

J.M. Coetzee - Archivo

Parece ser que no todas las bibliotecas del mundo están sufriendo los devastadores efectos de la crisis. Que se lo pregunten al premio Nobel John Maxwell Coetzee, que acaba de vender sus archivos literarios al centro Harry Ransom de la Universidad de Texas en Austin, por la nada despreciable cantidad de un millón y medio de dólares (unos 1,085.000 euros). Según el propio centro, la compra se ha realizado con fondos propios de la universidad y con donaciones de particulares.

No es casual que Austin haya elegido a Coetzee, ya que éste dedicó varios años de su vida a doctorarse en dicha universidad, utilizando como base de su tesis los cuadernos en los que Samuel Beckett escribió su novela Watt. De modo parecido, ahora los estudiantes de la universidad podrán estudiar a Coetzee directamente a través de sus manuscritos. La compra incluye nueve versiones manuscritas de su obra Vida y época de Michael K.

No es la primera vez que el centro adquiere grandes archivos de importantes autores contemporáneos. El año pasado se hizo cargo de varias cajas de documentos pertenecientes a David Foster Wallace, entre los que se encontraba gran parte del material de su novela inacabada El rey pálido, que quedó en manos de su editorial hasta terminar de publicarse. También figuraban cientos de libros de su colección personal, miles de hojas fotocopiadas y anotadas por Wallace de diversas obras del escritor estadounidense Don DeLillo; además de correspondencia personal, material didáctico y todo tipo de documentación relacionado con su escritura: desde anotaciones a relatos.

El interés de la biblioteca tejana por conservar la palabra escrita en su formato original en papel siempre ha sido una de sus prioridades, y llama la atención en un mundo en el que cada vez se favorece más la digitalización de documentos. La inversión de millón y medio en un archivo personal contrasta con fuerza con todas las iniciativas que buscan, precisamente, reducir el espacio que ocupan libros y documentos escritos. Algunos, como la empresa nipona Bookscan, obtienen beneficios escaneando libros, pasándolos a .pdf y reciclando el papel del ejemplar. En su filial estadounidense, 1dollarbookscan, ofrecen 100 páginas de digitalización por tan sólo un dólar. El director y fundador de la empresa, a diferencia de la biblioteca de la universidad de Austin, no tenía espacio en su pequeño apartamento de Tokyo para alojar sus dos mil libros, por lo que decidió escanearlos y pasarlos todos a su iPad, y seis meses más tarde había contratado a cientos de personas para escanear y destruir los libros de aquellos que, como él, no tenían espacio físico para sus libros pero no encontraban los títulos que buscaban en formato electrónico (o no estaban dispuestos a pagar un precio elevado por dicha versión electrónica). Tal vez estemos ante dos extremos de la conservación literaria: por un lado, el afán por idolatrar a los grandes escritores, convirtiendo en memorabilia todos sus documentos, justificando gastos inmensos en aras de lo académico; y por otro, la imposición del espíritu práctico y la paulatina muerte de nuestro amigo el libro en papel.

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