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Sobre recitales, presentaciones y lecturas

AutorGabriella Campbell el 25 de julio de 2011 en Opinión

Charles Dickens

Aunque en España estamos ya más que acostumbrados al frecuente acto de la presentación literaria, aquel en el que autor, editor e invitados varios convocan a prensa, amigos y familiares para hablar de su libro, tal vez nos estemos librando, por ahora, de la aun más frecuente costumbre extranjera de la lectura pública, por la que el autor realiza una gira de visitas a librerías para promocionar su libro a través de una lectura del mismo de, por lo menos, treinta minutos.

Si bien en nuestro país existe esta actividad, no está tan generalizada y suele restringirse a los extremos: o bien se concentra en ámbitos universitarios y academicistas, o bien para libros de gran tirada y mayor promoción; pero, en países como Estados Unidos parece ser que cualquier escritor de medio pelo se halla obligado a organizar por lo menos una lectura de su obra, a la que habrán de asistir (o no), periodistas, lectores y cualquier interesado en aprovecharse de la ocasional copa de vino de cortesía. Caso aparte es el del escritor de literatura infantil y juvenil, que en España sí tiene una actividad paralela a la del escritor general estadounidense, debido a su aparición estelar en centros educativos. Los niños, curiosamente, parecen mostrar más interés y paciencia en este sentido y, además, los escritores de literatura infantil parecen estar, en su mayoría, versados en el arte del cuenta-cuentos, especializados en poner voces de princesa o de monstruo, según donde y cuando haga falta.

En Estados Unidos, comienzan a alzarse voces protesta contra esta práctica, cada vez más insulsa, y ahora de poco interés comercial para la entidad editora. Llenar una librería de asistentes era vital para vender ejemplares hace veinte años, pero hoy en día, debido al rápido acceso por internet de unidades tanto en papel como digitales, no es tan necesaria la comunión con el autor, y mucho menos si éste no es precisamente un showman. En un reciente artículo del New York Observer, el periodista literario Michael H. Miller se lamentaba de la gran cantidad de lecturas a las que se veía obligado a asistir y que encontraba, francamente, muy aburridas. Asegura Miller que las mejores lecturas son aquellas que llevan a cabo escritores con una gran capacidad de entretenimiento, generalmente aquellas que no son tanto lecturas y se centran más en la interacción con el público mediante sesiones de pregunta-respuesta o incluso lecturas conjuntas entre todos los asistentes.

Y tal vez aquí es donde se separa la lectura de la prosa del acto de recitado. Generalmente, el propio ritmo de la poesía permite una interpretación más activa e interesante del texto, por lo que un recital es, en potencia, bastante más interesante (debido, también, a la lectura de textos cortos). Por supuesto, esta separación no es estricta, ya que existen escritores de prosa con una capacidad asombrosa para la lectura en voz alta (algunos de ellos incluso con formación teatral), y poetas con nulas capacidades interpretativas. De cualquier forma, cada vez nos cuesta más pararnos a escuchar, rememorando los viejos tiempos de la tradición oral, en los que la literatura se compartía de boca a boca, y más en un tiempo en el que el escritor es, ante todo, escritor; no actor, cantante ni cómico.

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