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Leyes de mercado, de Richard Morgan

AutorVíctor Miguel Gallardo el 20 de septiembre de 2009 en Reseñas

Leyes de mercado

Faltan novelas, o al menos novelas de éxito, que puedan llegar a nosotros y no acaben disimuladas en el fondo del catálogo de grandes y pequeñas editoriales, que nos hablen de forma vívida acerca de las previsibles consecuencias de nuestro actual sistema económico y ético. No es casual que mezcle economía y ética: en un mundo que cada vez se aleja más (al menos en Occidente y Asia Oriental, sedes de los más importantes mercados mundiales) de éticas tradicionales basadas en sistemas filosóficos o religiones, se impone la moralidad emergente del dólar. O del euro. O del yen.

Dice Fernando Ángel Moreno, prologuista de la fantástica Leyes de Mercado, que el autor británico Richard Morgan de cierta forma ha recogido el guante que autores como Disch o, sobre todo, Ballard, dejaron caer hace unos años. Las similitudes con este último e inmortal autor son más que evidentes: el mundo desarrollado en Leyes de Mercado podría ser compatible (tal vez sólo un poco más avanzado en el futuro) con el de muchas de las historias ¿distópicas? (los signos interrogativos no son casuales) de Ballard. Y, como muy bien señala Moreno, no estamos hablando de ciencia ficción, por mucho que la historia se desarrolle a mediados del siglo XXI y haya un componente tecnológico muy presente en toda la novela, sino de auténtico costumbrismo literario.

Sea como fuere, Morgan acierta al hacer una prolongación en el tiempo de la sociedad actual creíble y, por tanto, brutal. De no ser verosímil, gran parte de la crudeza se habría disipado; dicho de otra forma, es más fácil estremecerse con una escueta escena de asesinato en una novela realista ambientada en nuestros días que con las matanzas de las novelas de Pournelle, situadas en un futuro que se nos antoja imposible. En todo caso, y pese a que el autor fabrica un mundo creíble, a mi juicio parte de una premisa falsa. La novela se anticipa a la recesión (fue escrita unos años antes de que empezara la actual crisis financiera mundial), describiéndola escuetamente, y nos explica muchos de los factores que desembocaron en la sociedad futura que nos presenta. Sin embargo, se olvida de algo de lo que jamás se habría olvidado Ballard: de explicar la evolución de las clases medias. Queda muy claro, tras leer Leyes de mercado, la evolución tanto de las clases bajas como de la élite, así como la de los países en vías de desarrollo y los subdesarrollados. Sin embargo, vuelve a caer en un tópico de la ciencia ficción británica que no se sostiene (o, al menos, a mí me lo parece): el de imaginar en el futuro cercano de los países occidentales una reclusión en áreas bien delimitadas de la población menos privilegiada. Que, además, parece ser bastante más numerosa que el resto de la población. No hay manera posible de sostener un sistema económico neoliberal (y, en el caso que nos ocupa, dominado por corporaciones) que no cuente con una clase media mayoritaria y pudiente que consuma lo producido en países en vías de desarrollo para mayor gloria de los empresarios locales. La clase media en Leyes de mercado apenas se vislumbra, pero se intuye en los trabajadores de bajo rango de las zonas en donde los ejecutivos campan a sus anchas. No obstante, parece ser insuficiente; y no parece, por otro lado, que cuente con recursos económicos válidos para ser un agente activo de la economía.

Tal vez esto sea hilar muy fino: la novela es un magnífico entretenimiento. Más que eso, Morgan nos hace recapacitar sobre la futilidad de los organismos internacionales y los estados nacionales (reducidos aquí a simples realidades económicas) y sobre la imposición de una ética fundamentada en el rendimiento y el beneficio y no en cuestiones morales, hasta el punto de que los ejecutivos de una compañía se juegan los ascensos o las buenas cuentas en carreras mortales sobre las desiertas autopistas, o en donde los intermediarios latinoamericanos, cuchillo en mano, luchan en reconvertidas plazas de toros por conseguir tal o cual puesto de trabajo. Simplemente brutal.

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