Resumen y sinopsis de Little Boy Blue de Edward Bunker
Considerada por Edward Bunker como su mejor novela, Little Boy Blue narra el conmovedor periplo de Alex Hammond de los once a los diecisiete años. La historia de un «pequeño chico triste», como lo fue el propio Bunker, hambriento de amor y obligado a pelearse con todo el mundo.
Alex Hammond es un niño inteligente e independiente, pero sujeto a violentos accesos de rabia. Rebelde desde el divorcio de sus padres, Alex pasará su infancia huyendo de casas de acogida y reformatorios en la California de la Gran Depresión para ir en busca de su padre, un hombre deshecho e incapaz de ofrecer al hijo el hogar que necesita desesperadamente. Asistentes sociales bien intencionados, pero desconcertados por su comportamiento, y crueles figuras autoritarias se cruzarán en su camino y marcarán a fuego su carácter. Las atroces experiencias vividas en instituciones estatales, y las malas compañías, llevarán a un chico brillante, pero excesivamente impulsivo, a vivir según un código propio que chocará constantemente con el orden establecido y lo convertirá en un precoz delincuente.
Lo que más duele de esta novela es la falta de esperanza y la reiteración en el fracaso de crimen y violencia de su joven protagonista.
El narrador no se decanta claramente (ni le interesa) sobre el dominio de las causas, si son las terribles circunstancias familiares de Alex las que le conducen a ese callejón, o si también entra en juego su violento fondo personal. No sabemos si la fallida salida que se le ofrece en los primeros capítulos de seguir con su padre podría haber cambiado su terrible periplo, o quizá todo hubiera sido lo mismo al predominar en él su impulso connatural a la violencia.
El narrador es omnisciente pero no totalmente o no en todos los momentos, porque no siempre se conocen todas las motivaciones completas que desencadenan la furia y la terrible ira de Alex, a veces nace como consecuencia de los ataques que sufre, en otros momentos por el deseo del mantenimiento de los duros códigos de la delincuencia en el encierro.
Se dice que tiene bastante de biográfico de Edward Búnker, es probable, porque es un viaje por el túnel del tiempo al Los Ángeles de los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, y la denuncia a su sistema -por decir algo-, de protección y reforma de los menores a través de las terribles instituciones que frecuenta el adolescente Hammond. El pesimismo que marca el relato nos enseña que estos centros (colegios militares o militarizados, reformatorios o incluso hospitales psiquiátricos) eran (¿son?) auténticas fábricas de delincuentes, trazadores inexorables de caminos humanos sin esperanza.
La novela tiene una estructura casi picaresca, episódica; cada capítulo está formado por la huida de Alex (o el delito) y el consiguiente traslado a una institución cuyo carácter se va endureciendo más y más. Y dentro de ella, la violencia brutal acompañada de la penitencia no menos brutal. ¡Qué poco aparecen en ellas personas con mínimos rasgos de humanidad! Un vigilante en un traslado, un cuidador, poco más. Es cierto que tanta violencia termina por estragar al lector, a quitarle a veces las fuerzas para continuar el duro viaje del relato.
Son muy escasos los instantes en los que el joven Alex encuentra intervalos de calor, de amor, pero nunca llega a sentirse amado o querido de manera que que se le permita congraciarse, aunque sea una pizca, con la especie humana: los niños que le ofrecen alimento en una de sus primeras huidas, la familia de su amigo JoJo, o la amistad de Wedo ya dentro del mundo y los códigos de la delincuencia.
Alex crece y también va creciendo en él su adhesión a la violencia, la gravedad de sus delitos y su apartamiento definitivo de los valores y modos de la sociedad convencional que representa la posibilidad de adopción por sus tíos, casi su última esperanza, pero que él rechaza sin gran pesar porque la rebelión y la violencia ocupan ya su persona plenamente en ese momento de la historia.
En definitiva, relato iniciático del aprendizaje desgraciado de Alex Hammond, con final abierto, seguro que no feliz. Para quedarnos más tranquilos, tratemos de pensar que quizá ahora las cosas son distintas, que las instituciones de protección de menores son más humanas, que las medidas de reforma y salud mental consiguen la reinserción de los jóvenes y que ya no se dan casos de niños (o que sean muy raros) de once años arrojados sin piedad a la soledad y al estercolero de la deshumanización más absoluta.
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Es demoledora la historia del niño que el sistema se encarga de barbarizar y negarle otra salida que la que le obliga a escoger. Y aquí entramos en la pregunta de siempre: el delincuente nace o se hace. Decididamente, en esta ocasión, lo empujan a serlo. Me ha gustado, pero no así la forma de escribir del autor. Estoy segura de que esta historia forma parte de sus vivencias, si no personalmente, de otros niños que él conoció, otros adolescentes que no pudieron decir no al lado oscuro, que por algo él también se crio en reformatorios y casas de acogida. No obstante, se lee con avidez y se sufre por un ser inocente convertido en un buscavidas.
Lo que más duele de esta novela es la falta de esperanza y la reiteración en el fracaso de crimen y violencia de su joven protagonista.
El narrador no se decanta claramente (ni le interesa) sobre el dominio de las causas, si son las terribles circunstancias familiares de Alex las que le conducen a ese callejón, o si también entra en juego su violento fondo personal. No sabemos si la fallida salida que se le ofrece en los primeros capítulos de seguir con su padre podría haber cambiado su terrible periplo, o quizá todo hubiera sido lo mismo al predominar en él su impulso connatural a la violencia.
El narrador es omnisciente pero no totalmente o no en todos los momentos, porque no siempre se conocen todas las motivaciones completas que desencadenan la furia y la terrible ira de Alex, a veces nace como consecuencia de los ataques que sufre, en otros momentos por el deseo del mantenimiento de los duros códigos de la delincuencia en el encierro.
Se dice que tiene bastante de biográfico de Edward Búnker, es probable, porque es un viaje por el túnel del tiempo al Los Ángeles de los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, y la denuncia a su sistema -por decir algo-, de protección y reforma de los menores a través de las terribles instituciones que frecuenta el adolescente Hammond. El pesimismo que marca el relato nos enseña que estos centros (colegios militares o militarizados, reformatorios o incluso hospitales psiquiátricos) eran (¿son?) auténticas fábricas de delincuentes, trazadores inexorables de caminos humanos sin esperanza.
La novela tiene una estructura casi picaresca, episódica; cada capítulo está formado por la huida de Alex (o el delito) y el consiguiente traslado a una institución cuyo carácter se va endureciendo más y más. Y dentro de ella, la violencia brutal acompañada de la penitencia no menos brutal. ¡Qué poco aparecen en ellas personas con mínimos rasgos de humanidad! Un vigilante en un traslado, un cuidador, poco más. Es cierto que tanta violencia termina por estragar al lector, a quitarle a veces las fuerzas para continuar el duro viaje del relato.
Son muy escasos los instantes en los que el joven Alex encuentra intervalos de calor, de amor, pero nunca llega a sentirse amado o querido de manera que que se le permita congraciarse, aunque sea una pizca, con la especie humana: los niños que le ofrecen alimento en una de sus primeras huidas, la familia de su amigo JoJo, o la amistad de Wedo ya dentro del mundo y los códigos de la delincuencia.
Alex crece y también va creciendo en él su adhesión a la violencia, la gravedad de sus delitos y su apartamiento definitivo de los valores y modos de la sociedad convencional que representa la posibilidad de adopción por sus tíos, casi su última esperanza, pero que él rechaza sin gran pesar porque la rebelión y la violencia ocupan ya su persona plenamente en ese momento de la historia.
En definitiva, relato iniciático del aprendizaje desgraciado de Alex Hammond, con final abierto, seguro que no feliz. Para quedarnos más tranquilos, tratemos de pensar que quizá ahora las cosas son distintas, que las instituciones de protección de menores son más humanas, que las medidas de reforma y salud mental consiguen la reinserción de los jóvenes y que ya no se dan casos de niños (o que sean muy raros) de once años arrojados sin piedad a la soledad y al estercolero de la deshumanización más absoluta.
Es demoledora la historia del niño que el sistema se encarga de barbarizar y negarle otra salida que la que le obliga a escoger. Y aquí entramos en la pregunta de siempre: el delincuente nace o se hace. Decididamente, en esta ocasión, lo empujan a serlo. Me ha gustado, pero no así la forma de escribir del autor. Estoy segura de que esta historia forma parte de sus vivencias, si no personalmente, de otros niños que él conoció, otros adolescentes que no pudieron decir no al lado oscuro, que por algo él también se crio en reformatorios y casas de acogida. No obstante, se lee con avidez y se sufre por un ser inocente convertido en un buscavidas.