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La revolución medieval de los libros giratorios

AutorAlfredo Álamo el 8 de noviembre de 2018 en Divulgación
  • ¿Os imagináis cómo era la consulta de libros en la Edad Media?
  • Tuvieron que desarrollar varios ingenios para poder trabajar de una manera fluida.

Detalle de miniatura medieval con un carrusel de libros.

Hoy en día, no es complicado ponerse a escribir un ensayo o una novela con la ayuda tanto de libros como de documentos digitales. El tamaño de las publicaciones se ha reducido bastante y qué decir de la facilidad de consultar dentro de un PDF, o cambiar de uno a otro con un solo golpe de ratón. Sin embargo, imaginad cómo tenía que ser trabajar con libros medievales o renacentistas, enormes y pesadas piezas de gran valor cuyas páginas tenían que pasarse con delicadeza en busca de la información relevante.

Al principio, la labor de los estudiosos era muy cargante. Tened en cuenta que uno solo de estos incunables podía ocupar con facilidad medio escritorio. Y que, en aquella época, para escribir ibas a necesitar, por lo menos, el otro medio. Porque se escribía a pluma y tintero sobre material caro y escaso. Imaginad el trabajo para, en mitad de un párrafo, tener que ir a consultar esa página en concreto de ese libro que tienes… ¿dónde lo tienes? Allí, en el montón… de libros enormes

Los primeros útiles fueron soportes con cuñas de madera para tener a los libros abiertos por las páginas más interesantes sin que sufriera demasiado la encuadernación. Era una solución, pero la verdad es que no arreglaba demasiado el problema principal: el transporte de cada libro arriba y abajo y el tiempo que perdías volviendo más tarde al volumen que estabas mirando en primer lugar.

En el caso de los escribas, que es el primero que se nos viene a la mente, lo cierto es que no tenían este problema específico. Solo tenían que ocuparse de un libro a la vez, así que desarrollaron atriles múltiples, normalmente en altura, para poder copiar sin problemas del original. Eso sí, no es raro que tuvieran más libros sobre caligrafía o dibujo abiertos sobre cuñas o incluso bancos.

La solución más inteligente es la de los carruseles de libros, también conocidos como facistoles. Estamos hablando de un soporte de madera sobre el que se instala un atril de cuatro o más caras, que es capaz de girar. De este modo, el académico podía abrir los libros que estaba consultando más a menudo por los capítulos más interesantes y pasar de uno a otro con facilidad. Esto supuso una auténtica revolución para los grandes autores a finales de la época medieval y principios del Renacimiento.

Es posible que el origen de estos carruseles esté en la evolución de los facistoles originales, que eran atriles de varias caras dedicados a poner los libros de canto en las iglesias. Un elemento del coro que pronto pasó a ser usado por académicos y religiosos a la hora de trabajar en sus gabinetes.

De hecho, los escritorios de estos autores comenzaron a ser diseñados a medida, teniendo en cuenta la necesidad de añadir uno o dos de estos carruseles, a izquierda y derecha, además de algunos expositores dobles con el resto de libros de consulta, para que fuera más fácil acceder a ellos en el menor espacio posible.

Ya avanzado el renacimiento se construyeron auténticos carruseles verticales de gran tamaño en los que se podían añadir decenas de libros y que llegaban a incluir un asiento para el lector. Así mismo, también se inventaron escritorios del mismo estilo, con cuatro tableros en los que poner los libros y poder consultarlos con mayor facilidad.

Vía: Medieval Books

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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