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Una princesa y una rana

AutorGabriella Campbell el 30 de septiembre de 2013 en Divulgación

Princesa y la rana

¿Quién no ha escuchado alguna variante de la famosa frase hay que besar muchas ranas (o sapos) antes de encontrar a un príncipe? El cuento de la princesa que besó a una rana (o a un sapo, según la versión) es otra de esas historias que sobrevive generación tras generación, y ahora, con la más reciente interpretación de Disney (si bien esta tiene más relación con la obra de E. D. Baker, La princesa rana, que con el cuento tradicional), es más popular que nunca.

El argumento más conocido es el siguiente: una princesa está jugando en el jardín con una pelota dorada, y se le cae a un pozo. Una rana encantada le ofrece devolverle la pelota si accede a darle un beso. La princesa, aunque asqueada, se muestra de acuerdo y besa al anfibio. Entonces este se transforma en príncipe, revelando que había sido convertido en rana por alguna bruja, brujo o lo que fuera, se casan y comen perdices y etc.

Como suele ocurrir con los cuentos infantiles, esta no es más que la versión simplificada que ha llegado hasta nuestros días. En la historia original, procedente de Alemania y recogida por los hermanos Grimm, es bastante más elaborada. En esta, la princesa no besa a la rana, el acuerdo es muy distinto: la rana recupera la pelota dorada para la princesa a cambio de que esta sea su amiga, que lo comparta todo con él: comida, tiempo, incluso cama. Una vez tiene su pelota de vuelta, la princesa ignora su parte del trato e intenta huir de la rana, pero su padre el rey, al conocer el acuerdo entre ellos, la obliga a cumplir con su palabra. Comen juntos y, más tarde, la repulsiva rana intenta introducirse en su cama. La princesa la expulsa de su lecho una y otra vez hasta que, finalmente, indignada, agarra al anfibio y lo lanza contra la pared. Con el golpe, se rompe el hechizo y la rana recupera su forma original de apuesto príncipe. Parece que esta forma le resulta más aceptable a la princesa, ya que a partir de ahí permite al hombre-rana que acceda a su cama y duermen juntos “con placer” (sic). Obviamente el tema ha sido carne de especulación para psicoanalistas y todo tipo de intérpretes, pues la idea de que una joven virgen se comporte como una niña malcriada hasta que se introduce un varón en su lecho da bastante de sí.

El final del cuento es menos conocido aún, y es el que da título alternativo al cuento tradicional, Enrique el Férreo. Tras la noche de placer del príncipe y la princesa, montan en un carruaje para regresar al reino de este. Escuchan un terrible sonido y descubren que son unas bandas de hierro que se rompen: las que Enrique, el sirviente más fiel del príncipe y su chófer, se había colocado alrededor del corazón para impedir que este se rompiera cuando descubrió que su señor había sido transformado en rana. Esta parte del cuento podría derivar de una leyenda alemana mucho más antigua, titulada Pobre Enrique (pero esa, podríamos decir, ya es otra historia).

Por otro lado, existe otro cuento popular muy distinto en el que la rana es una princesa que supera diversas pruebas para casarse con un príncipe, que luego a su vez debe superar numerosos obstáculos para reencontrarse con ella y vivir felices para siempre. Esta historia es bastante diferente al texto alemán de los Grimm, sus orígenes se encuentran tanto en el folclore ruso como en el italiano, con la aparición estelar de uno de los personajes más populares del acervo ruso: la bruja Baba Yaga. De cualquier manera, podemos deducir, como suele ocurrir con todas las narraciones modernas basadas en cuentos populares, que los textos tradicionales suelen ser bastante más interesantes.

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