Como cada año tenemos cita con la nueva novela de Andrea Camilleri y el comisario Montalbano, una fecha anotada en el calendario de todos los fieles seguidores de la obra del autor italiano, que sigue fiel a su estilo irónico y fresco, afilado como una cuchilla con la que diseccionar el comportamiento humano.
Este es el libro protagonizado por el comisario siciliano que hace veinticuatro, una cifra que se dice pronto pero que revela toda una vida ligada a un personaje. Para aquellos que no sepan nada de esta divertida serie de novela criminal, explicarles que Silvio Montalbano es comisario en la ciudad siciliana de Vigata, donde las cosas se hacen con calma, el calor en verano es terrible, las playas son hermosas y, en ocasiones, suceden los más terribles actos de violencia.
En esta ocasión Camilleri aprieta más el acelerador que de costumbre. La trama se inicia con un tiroteo y con el propio Montalbano ejerciendo de héroe, algo que no le gusta nada y le sienta peor. La búsqueda del tesoro llevará al comisario a una competición enferma, a disputar un juego que empieza como una anécdota, un pasatiempo, pero que acabará por enfrentarle a uno de los mayores retos de su carrera. Al mismo tiempo, y como es habitual, tendrá que lidiar con su complicada situación personal -en la que intervendrán dos muñecas hinchables- y librarse del control de sus superiores a base de echarle muchísimo morro.
La búsqueda del tesoro me ha parecido una historia mucho más dinámica que los últimos libros de Camilleri, donde el diálogo interior de Montalbano y sus reflexiones sobre la vejez y la enfermedad se hacían eternas y repetitivas. En esta ocasión la trama posee más interés sin dejar de lado esos momentos «Montalbano hablando con Montalbano» que ya son marca de la casa. Como siempre, la novela termina cuando acaba el caso, sin epílogos ni explicaciones accesorias, dejando caer el telón cuando la obra lo necesita.