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El legado de Franz Kafka

AutorRaquel Vallés el 11 de septiembre de 2009 en Divulgación

Kafka

Parte del legado de Franz Kafka se encuentra en estos momentos pendiente de lo que los tribunales decidan, en concreto de lo que decida la Corte Suprema de Jerusalén, ya que las actuales propietarias de los documentos residen en Israel y es la Biblioteca Nacional de ese país la que se niega a permitir su venta.

Vamos por partes. Kafka encargó como última voluntad a su amigo Max Brod que quemara todos sus escritos, voluntad de la que Brod pasó olímpicamente, hecho que la literatura mundial le agradece mucho pero que debió remover a Kafka en su tumba durante unos cuantos años.

Max Brod conservó estos documentos y se los llevó con él a Tel Aviv tras la invasión nazi de Chequia, decidiendo ceder algunos papeles a organismos culturales y dejando los demás en herencia a su secretaria Esther Hoffe madre de las actuales dos propietarias, Ruth y Java, quienes se niegan a donarlos a la Biblioteca Nacional israelí.

Otro tema que se me ocurre es si, al pasar a manos públicas, realmente deberían estar en Israel o ser devueltos a Chequia ya que, por mucho que Kafka acabara tonteando con el sionismo, fue un escritor fundamentalmente europeo que nació y murió en la entonces Checoslovaquia, aunque utilizaba el alemán como lengua principal y no el checo, pero como no vamos a empezar a echarle la culpa al imperio austrohúngaro por ser tan incoherente, dejemos a Kafka como escrito checo en lengua alemana que es como siempre nos lo han presentado. Al menos, tuvo la suerte de morir antes de la llegada del nazismo al poder y no tener que sufrir el terrible destino de sus hermanas, represaliadas y asesinadas por los nazis. No podemos pensar en que habría hecho Kafka con su obra: él lo que quería era ver esos papeles quemados.

A todas estas, nadie ha valorado estos documentos que llevan intentando vender desde hace un tiempo las ya octogenarias propietarias, no sabemos si estamos ante un tesoro o se trata de la lista de la compra.

La enseñanza de todo esto está claro: si quieres hacer algo, hazlo tu mismo. Así que aspirantes a escritores incomprendidos y torturados, aquellas obras que no os gusten o no queráis que pasen a la historia de la literatura, quemadlas vosotros mismos, los amigos no son de fiar y podéis seguir de juicios ochenta años después de vuestra muerte.

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Raquel Vallés

(Valencia, 1973) Bibliotecaria y eterna estudiante, vive rodeada de gatos y libros, siempre en busca de un buen asesinato.

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