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El problema no son las descripciones explícitas, a la manera de Bukowski, (o pseudo Bukowski porque quiso parecerse a él), sino que esa realidad sigue siendo la misma, o peor, tras 20 años de haber sido escrito el libro y , muy probablemente, dentro de 20 años más todo seguirá igual: hambre, corrupción, violencia, alcoholismo, prostitución, violencia de género, abuso de menores y un largo etcétera.
Es difícil hacer una valoración de este libro, aunque tengo claro que lo recordaré durante mucho tiempo. Es abrumadora la dureza con la que se describe la vida en Cuba durante este periodo, como también lo son las descripciones sobre el sexo, la violencia, la miseria... He tenido la suerte de viajar allí mientras leía el libro, llegando a entender que lo realmente duro es que todo lo que se cuenta haya sido verdad (y posiblemente siga sucediendo).
A pesar de que no entiendo muy bien la forma en la que se estructura, se deja leer con fluidez y trasmite muchísimos matices sobre la cultura y el contexto cubano en el que se sitúa.
Todo lo anterior me lleva a tener claro que es un libro extraordinario, aunque a veces el lector encuentre demasiado duro seguir leyendo y piense que nada es real, a pesar de serlo.
El protagonista, alter-ego del propio autor, es un hombre derrotado por la vida, que lo ha perdido todo. Es la suya una mirada tan implacable como llena de sensibilidad. Nostálgico y desengañado, consciente de que la vida es un infierno, siente sin embargo un apego visceral por continuar viviéndola y embriagándose de ella. Pues cuando no tienes nada que perder, cuando no hay nada salvo la más negra desolación, nace una nueva realidad donde lo que antes tenía significado ya ha dejado de tenerlo. El bien y el mal no tienen importancia, tampoco la tiene el futuro, más allá del instante, del aquí y ahora. Y no queda ante tí más que la supervivencia más elemental, la realidad del hambre, del sexo y de la mierda, el impulso resignado de seguir adelante sea como sea y de poner al mal tiempo buena cara. Cuba, años noventa, en plena crisis, traspasa la tinta y el papel, huele (hiede), asusta y finalmente conmueve; todo ello gracias a la prosa afilada, descarnadísima, más que próxima a lo confesional y a lo oral, de un escritor que no ahorra detalles escabrosos al lector, que le hace partícipe de un mundo violento y en descomposición, ajeno a la burbuja de comodidad de los países desarrollados. Son los parias los héroes de este libro, parias olvidados incluso por el socialismo, hacinados en viviendas inhumanas, prostituyéndose, trabajando en ocupaciones que nadie querría (el que puede), aferrados al ron, a la superstición, a la lujuria, inmersos en la naturaleza desbordada, hermosísima y cruel, del Caribe.
Realmente no me gustó nada. Es más, no pude ni terminarlo. Está lleno de excrementos y porquerías. No soy ninguna pacata, pero esa redundancia sobre el sexo, para colmo grotesco y grosero, que no conduce a nada, ya me harta. He intentado leerme tres libros de este autor y siempre es lo mismo.
Es una novela dura y compleja que exige complicidad y dedicación por parte del lector. Tal como lo dice su titulo, es sucia y no escatima a la hora de las descripciones sexuales, que son explicitas y sin anestesia. Es así, a golpes como el autor logra crear una atmósfera rica en descripciones y personajes. Sin embargo, me parece que la historia se vuelve reiterativa y los sucesos terminan siendo superfluos y demasiado insignificante para acompañar un texto en estilo y lenguaje propio de un autor que tiene muy claro el oficio.