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La inquisición literaria de la China Imperial

AutorAlfredo Álamo el 20 de julio de 2018 en Divulgación
  • Cada dinastía practicó la persecución de intelectuales.
  • El castigo iba de la prisión a la pena de muerte.

Retrato de Qin Shi Huang.

Qin Shi Huang fue el primer emperador de China, país que unificó en el año 221 antes de Cristo, tras una larga y sangrienta campaña militar. Con la intención de dejar claro que no era un rey como los que había habido en la zona hasta el momento, inventó el término huangdi, cuya traducción más cercana sería la de emperador, además de borrar los nombres póstumos de los reyes anteriores. Se hizo famoso por su control absoluto de China, además de por algunas prácticas tiránicas, como la quema de libros y la persecución de intelectuales.

Hay que decir que la mayoría de información sobre este emperador nos ha llegado, irónicamente, a través de aquellas escuelas de pensamiento que persiguió en su día y que luego se hicieron grandes con otras dinastías, así que se cree que mucho de lo que sabemos sobre su extrema crueldad es una exageración.

Pese a todo, hay hechos que inició este emperador y que luego fueron asumidos como costumbre por otros dirigentes chinos. Además de quemar libros de posturas ideológicas contrarias a la suya, la persecución de aquellos intelectuales que resultaban molestos se convirtió en algo habitual.

Uno de los casos más famosos fue el de Song Jiang, un bandido que fue condenado a muerte por recitar un poema llamando a la rebelión contra el gobierno mientras estaba borracho en una taberna. Su vida fue tan interesante que acabó protagonizando otro libro mítico, A la orilla del agua.

Durante la dinastía Ming, la costumbre se arraigó con fuerza. Su fundador, Zhu Yuanhzang era un luchador iletrado y con muy mal genio, pero decidió aprender y convertirse en un hombre de letras. Para eso se rodeó de grandes maestros y académicos, muchos de los cuales acudían temerosos de qué podía pasarles si molestaban al emperador. La leyenda dice que podía mandar ejecutar a alguien que hubiera escrito algo que él no hubiera sido capaz de entender.

La dinastía Qing, de origen mongol, y ya en pleno siglo XVII, se tomó esto de las persecuciones literarias muy en serio. Había un cierto ambiente de revancha entre manchúes y el resto de las etnias chinas, ya que siempre habían sido considerados como unos bárbaros. Los autores chinos comenzaron a usar una fina ironía hablando de ellos como paletos… algo que no les gustó nada y que se tradujo en cárcel y ejecuciones.

Hubo varias persecuciones contra autores chinos que acabaron con más de 70 escritores muertos y muchos más que acabaron en el exilio. Esto se repitió con varios emperadores más, hasta el siglo XVIII. Se calcula que cientos de autores fueron asesinados y más de 200.000 libros fueron destruidos. Criticar al gobierno se convirtió casi en una sentencia de muerte.

Lo cierto es que la relación de China con sus intelectuales y disidentes no ha cambiado demasiado con los siglos. La época de la Revolución Cultural de Mao supuso toda una purga de dimensiones escalofriantes. Hoy, pese a una mayor apertura, muchos autores chinos han tenido que exiliarse para mostrar sin cortapisas sus críticas al estado.

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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