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Alonso Tudela, el hombre del millón de libros

AutorAlfredo Álamo el 28 de diciembre de 2011 en Noticias

Millón de libros

Lo primero que llama la atención cuando llegas a la finca de los Tudela, cerca de Albarracín, es su lejanía. No tanto física, apenas a veinte kilómetros del pueblo más cercano, sino espiritual. Con cada kilómetro que nos acercamos a su casa menos parecemos habitar en el mundo ruidoso, artificial y tecnológico que tan bien conocemos y tan bien nos domina. Allí, entre campos de trigo, álamos solitarios y pequeños riachuelos, el tiempo parece haber adoptado una actitud diferente.

La casa de Alonso Tudela es grande. Algunos la calificarían de mansión, pero le falta visión señorial para eso; está construida a grandes bloques, creciendo de manera desigual a medida que a la familia le hacía falta espacio. Hoy en día sólo vive en esta casa Alonso Tudela, de noventa y cuatro años, y su cuidadora. Además, claro, entre esos muros de piedra gris y bajo la techada roja les acompaña ese millón de libros por el que Tudela ha ocupado numerosas notas en diarios aragoneses.

La cuidadora, Marta, nos abre las puertas de la casa. Ya en el recibidor se levantan dos o tres filas de libros todavía envueltos en plástico protector. El señor todavía no ha tenido tiempo de clasificar estos ejemplares -nos comenta- a veces se le acumula el trabajo, sobre todo en navidades o en las fechas de la feria del libro. Lanzo un vistazo rápido antes de continuar, Reverte, Zafón, Eco… al parecer Tudela tiene un gusto ecléctico.

El señor de la casa nos espera, como no podía ser de otra manera, en la biblioteca. Nos quedamos sin aliento en medio de una sala no apta para claustrofóbicos. Cientos, miles, de volúmenes se apilan en estanterías que ocupan hasta el último rincón de una habitación que en otro tiempo había servido para apilar enormes cubas de vino. Tudela se da cuenta de nuestro asombro y sonríe tras las gafas redondas que le dan un cierto aire a intelectual de los años 20. Sentado en un enorme sillón orejero, lucha contra el frío aragonés con una estufa de gas y una manta sobre las piernas. El rostro lo tiene surcado de arrugas y viste una chaqueta gris de paño. A su lado se levanta una pila de libros que, mientras nos esperaba, ha ido despojando de sus envoltorios.

La entrevista se desarrolla más deprisa de lo que esperamos en un principio. Tudela nos confirma el número exacto de los volúmenes de su colección: un millón de ejemplares que ocupan esa sala y casi en su totalidad el resto de la casa. A la pregunta de cuándo nació su afición por los libros contesta mientras etiqueta la última novela de Lucía Etxebarría. Los libros son cultura -afirma-, eso decía mi padre. Así que en casa siempre había libros, lo único que hice yo fue coger la costumbre de ir comprando. Primero poco a poco, siempre que bajaba a la capital, y luego ya, con el Círculo, por catálogo. Ahora compro por Internet todas las novedades y me las traen a casa gratis.

Así que hasta aquella casa abandonada han llegado las ventajas de la red. Tudela deja a un lado el libro y continúa. También he comprado varias bibliotecas completas de saldo, tengo un librero de viejo que me visita un par de veces al año y que viene con un camión lleno de libros en perfecto estado.

Mientras Joan, el fotógrafo, sale a la caza de unas buenas fotos, no puedo hacer la pregunta inevitable: ¿Cuántos de esos libros se ha leído? A lo que yo creo que es una pregunta divertida y que, normalmente, hace que el entrevistado se suelte, el señor Tudela parece algo incómodo. ¿Leídos? -repite- Bueno, la verdad es que nunca he leído un libro en mi vida. Entiéndame, sí que he leído los de estudiar en la escuela, y en su día el Código de circulación, pero de estos, de mis libros, todavía no me ha dado tiempo a empezar ninguno. Si casi no puedo ni ordenarlos, imagínese si tuviera que leerme alguno.

No acabo de creerme la historia del señor Tudela, pero su ceño fruncido y la cara de la cuidadora acaban por convencerme. Parece algo irreal, un millón de libros comprados y ninguno leído… así que le pregunto si piensa donar sus libros en algún momento.

Tudela sonríe con un cierto brillo de orgullo en los ojos. Se quita las gafas y las pliega. Por supuesto -anuncia-, ya estoy preparando mi legado. A mi edad estas cosas hay que dejarlas claras. Cuando muera he dejado las instrucciones pertinentes para que mis libros sean donados a un museo y puedan ser contemplados.

¿A un museo? -le interrumpo- Será a una biblioteca. No -contesta-, a un museo. Esta no es una biblioteca para leer, es una biblioteca para mirar. Con lo que me ha costado. Lo dice de manera tajante, tanto que prefiero no seguir discutiendo. Llamo a Joan, que parece entusiasmado con sus fotos, y nos despedimos del señor Tudela, el cual pierde rápidamente el interés en nosotros mientras sigue catalogando sus libros pendientes.

Nos montamos en el coche y abandonamos, entre campos de trigo y caminos sin asfaltar, ese cementerio literario en que se ha convertido la biblioteca del hombre de un millón de libros.

Actualización: Este artículo es en realidad una pequeña broma realizada para el Día de los Inocentes. Ni Alonso Tudela ni su millón de libros existen realmente. ¡Gracias a todos por vuestros comentarios!

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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