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¿Tu quoque, Amazon?

AutorGabriella Campbell el 6 de febrero de 2011 en Opinión

Gran Hermano

Nunca llueve a gusto de todos. Y es que ni el gigante Amazon se libra de las críticas y de los dedos acusadores. Varias editoriales estadounidenses se han quejado ya de lo que consideran prácticas abusivas por parte de este comercio online: tanto en lo que se refiere a sus comisiones de león como su insistencia en marcar precios y descuentos que las editoriales, conscientes del liderazgo en lo que a venta de libros, tanto físicos como digitales (Amazon anunció recientemente que ya vendía más e-books que libros en papel), se refiere, no tienen más remedio que aceptar. Una de las primeras en posicionarse en este sentido ha sido MelvilleHouse Publishing, una casa independiente notable por la calidad de sus ediciones y, particularmente, por la excelencia de sus traducciones. MelvilleHouse, que había ganado la edición del año pasado del BTB (Best Translated Book) por su obra The Confessions of Noa Weber, de Gail Hareven, ha protestado por la inclusión de su nombre en la presentación de la edición del premio de este año, presentación en la que aparece un nombre que no figuraba el año pasado: Amazon.com. La editorial se ha negado a comparecer junto a una empresa que considera que precisamente está pisoteando a las pequeñas casas de producción independiente, valorando que su mera presencia va seriamente en contra de los principios del certamen. Melvillehouse ha hecho notar algunos aspectos del gigante librero que, ciertamente, dan un poco de miedo. No es casualidad, entonces, que algunos de los libros mejor traducidos del año, del catálogo de Melvillehouse, no hayan sido seleccionados para el premio BTB más reciente.

Los aspectos que preocupan acerca de Amazon son, curiosamente, un tanto orwellianos. Y digo curiosamente porque hace poco Amazon borró, de buenas a primeras, varias obras de George Orwell (entre ellas precisamente 1984 y Rebelión en la granja) de los lectores electrónicos de sus clientes. Las razones siguen sin quedar muy claras, parece ser que se descubrió que partían de una edición pirata, pero las consecuencias son preocupantes. Ya que la promoción del ebook se basa, en parte, en que un lector electrónico es exactamente igual que un libro, sólo que mejor, la posibilidad de que la casa madre tenga control directo sobre los contenidos de tu libro es, cuanto menos, incómodo. MelvilleHouse y otros editores, periodistas y blogueros de prestigio han llamado la atención en numerosas ocasiones sobre las prácticas a lo Gran Hermano de Amazon, asegurando que los Kindle no son sólo instrumentos de entrada de datos, sino también de salida. Es decir, que Amazon puede saber en todo momento qué estás leyendo, cuándo, cómo, y posiblemente dónde. El simple hecho de que tengan control sobre tus contenidos (incluidos los creados por ti; al borrarse de los Kindle la obra de Orwell varios lectores se quedaron también sin las anotaciones que habían realizado sobre ésta) nos habla de que la lectura electrónica no es tan privada ni segura como la física. A efectos prácticos, como ya han mencionado algunos, sería como si alguien entrara en tu casa y se llevara el libro que acabas de comprar. ¿Os imagináis a un empleado de la FNAC, del Corte Inglés o de la librería de tu barrio, entrando de noche en tu habitación para llevarse tu adquisición más reciente? Amazon devolvió el importe de los e-books a todos los clientes afectados, pero claro, éste no es el problema.

Es inevitable que cualquier empresa líder de su sector pueda tener prácticas más o menos recomendables, y que sea, además, objeto de críticas tanto de la competencia como de los propios consumidores. El equivalente más claro en otros sectores podría ser Microsoft, que ha sido acusado periódicamente de intento de monopolio, o incluso la red social Facebook, cuyo trato de la privacidad ha creado polémica casi desde su creación. Esperemos que con Amazon no estemos ante un nuevo y poderoso matón, y que el auge del libro electrónico pueda ser tan liberador como esperábamos, en vez de una nueva y frustrante jaula para editores, escritores y, sobre todo, lectores.

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