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Textos sagrados inauditos (I): El libro de Mormón

AutorVíctor Miguel Gallardo el 1 de enero de 2010 en Divulgación

Libro de Mormón

Para los no familiarizados con la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos miembros son habitualmente conocidos como “mormones”, puede resultar bastante extraño el origen de uno de sus libros sagrados, El Libro de Mormón, tomado como cierto por catorce millones de integrantes de la Iglesia SUD. Aunque la implantación de esta religión en el resto del mundo es minoritaria, en Estados Unidos es la cuarta religión más profesada. Hay que decir que el término “mormón”, aunque para ellos no es despectivo, no es usado en su comunidad: ellos prefieren ser denominados Santos de los Últimos Días.

La Iglesia SUD fue fundada por Joseph Smith hijo, aunque tras su muerte aparecieron varias ramas que diferían en parte de la postura de los continuistas de Smith. El Libro de Mormón fue la transcripción al inglés de unas planchas con revelaciones que le fueron entregadas por intervención divina a Smith. Dichas planchas habían sido enterradas en el siglo V de nuestra era por Moroni, que además fue uno de los autores de las mismas, completando así el trabajo de Mormón, su padre. Fue el propio Moroni el que, ya convertido en ser celestial, y actuando por mandato de Dios, entregó las planchas a Joseph Smith instándole a traducirlas y difundir el mensaje contenido en ellas. Estaban escritas, según consta para la Iglesia SUD (así está específicamente mencionado en el Libro de Mormón), en egipcio reformado. No obstante, es esta la única mención en todo el mundo a dicho idioma, que aparentemente utilizaron judíos emigrados a América. Sólo existen dos muestras de la escritura utilizada, siendo una de ellas una falsificación más que evidente.

El Libro de Mormón, escrito a semejanza de la Biblia, relata la historia de dos civilizaciones americanas, la primera procedente de Asia y llegada a América tras el incidente de la Torre de Babel y la confusión de las lenguas, mencionado en los textos bíblicos. La segunda sería una comunidad judía que viajó desde Jerusalén hasta el continente americano en el año 600 a. C. aproximadamente. Pero sin duda el pasaje más importante del libro es la llegada de Jesucristo a América poco después de su resurrección para hacer llegar su Palabra a los indígenas de ese continente.

Teniendo en cuenta la visión cosmogónica de la Iglesia SUD esto tendría una explicación muy clara. Para los mormones, Dios era un hombre en otro planeta (es decir, un extraterrestre, no un alienígena) al que, debido a su fiel seguimiento de las leyes dictadas por los dioses, le fue concedida la gracia de ser asimismo dios. En el Cielo convive con su esposa, también de carácter divino, y al ser personas de carne y hueso (aunque dioses a su vez) pueden procrear. El primero de su prole fue, efectivamente, Jesucristo. Lucifer fue el segundo hijo, y tras él siguieron teniendo descendencia, allí en el Cielo, siendo cada uno de sus hijos las personas que han nacido en este planeta desde el inicio de los tiempos. Así, cada hombre o mujer ha nacido en el Cielo y después en la Tierra. La palabra de Jesucristo, sus evangelios (en este caso la doctrina aparecida en El Libro de Mormón), acercan las leyes divinas a la Humanidad para facilitarles, mediante su seguimiento estricto, el acceso al Cielo (su verdadera cuna) tras su muerte. Una visión, como vemos, muy distinta a la de la mayor parte (por no decir todas) de las confesiones cristianas.

El advenimiento de Jesucristo en América supuso, pues, un desagravio para un continente que no estaba, por razones geográficas, en disposición de recibir las enseñanzas de los discípulos judíos de Jesucristo, y aún hoy hay quien identifica en leyendas sioux, aztecas o araucanas la presencia del Jesucristo histórico.

Como dato curioso hay que mencionar que, según la Iglesia SUD, a Dios, necesitado de un plan para la salvación de la Humanidad, se le presentaron dos planes distintos para ello, el primero de Jesucristo y el segundo de Lucifer. Al ser elegido el plan de Cristo, Lucifer rebeló a un tercio de los espíritus celestiales, pero Dios los convirtió en demonios al poseer un poder muy superior al de su hijo. Otro tercio de los espíritus había apoyado durante la rebelión la postura de Jesucristo, así que fueron bendecidos por Dios y nacieron en la Tierra como personas de raza blanca. El tercio restante, que no había tomado parte por bando alguno en la guerra, nacerían en personas de tez oscura. Hay que decir que, no obstante esta heterodoxa explicación al nacimiento de las razas, hoy en día ya existen miembros de alto nivel en la Iglesia SUD de raza negra o de origen hispano.

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