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¿Por qué Ayala?

AutorGabriella Campbell el 10 de noviembre de 2009 en Divulgación

Ayala

Sin duda todos sabrán a estas alturas que uno de los escritores más importantes de nuestro país falleció hace poco, habiendo llegado a la nada desdeñable edad de 103 años. Francisco Ayala probablemente sea un ejemplo típico de escritor reconocido y desconocido a la vez: aplaudido por la crítica más académica, no era precisamente un best-seller ni un fenómeno de masas. De hecho, es muy posible que la mayoría de los españoles desconocieran su existencia hasta que su presencia en Facebook le proporcionara notoriedad; tal vez no como escritor, sino como usuario récord, por su avanzada edad, de una red social. Sin embargo Ayala llevaba ya numerosos años siendo propuesto para el Premio Nobel y ha sido objeto de riguroso estudio por parte de teóricos y críticos de todas partes del globo. ¿A qué se debe este interés especializado?

Janet Pérez llamó a Francisco Ayala un “reciclador literario”, debido a su interés por descomponer, analizar y recomponer obras clásicas, especialmente aquellas salidas de la pluma de un tal Miguel de Cervantes Saavedra. Ayala no era sólo escritor, sino también crítico y estudioso, y dedicó gran parte de su tiempo en analizar y comentar la obra cervantina; pero a diferencia de otros, fue más allá y supo integrar sus conclusiones en su propia obra creativa. Un ejemplo perfecto de esto se halla en el relato El rapto, una versión moderna de la historia de Vicente de la Roca en el Quijote. De hecho, como observó Susana Rivera en el World Literature Today, el compendio de relatos homónimo que contiene dicho cuento es un caleidoscopio literario en el que se diluye “la ambigüedad y desencantamiento de Cervantes, las complejidades y contradicciones de Unamuno, el realismo de Galdós, los esperpentos de Valle-Inclán, el pesimismo amargo de Larra y la sátira cáustica de Quevedo”. Aun así, sus obras están teñidas del mismo intelectualismo que hizo famoso a Thomas Mann, y de la profunda deshumanización que caracterizó a los escritos de Aldous Huxley, influido siempre por su formación como sociólogo especializado en derecho político. Ya bebió de la Generación del 98, concretamente de Pío Baroja, observador social por excelencia, en su primera obra, Tragicomedia del hombre sin espíritu, que pergeñó con tan sólo diecinueve años. Ya aquí juega con la triquiñuela del “manuscrito encontrado” que de tanto uso hizo Cervantes. A partir de este momento se dedica al juego literario, al “álgebra superior de las metáforas”, a las bondades de las vanguardias, hasta que la llegada de 1939 le impulsa a una nueva realidad en el exilio, de país latinoamericano en país latinoamericano, desgranando la desgracia ajena y propia en ensayos y cuentos amargos. Como poseído por una versión descarnada de Ortega y Gasset, Ayala se dedica a desgranar voz tras voz, perspectiva tras perspectiva, en un complejo entramado de miradas que conforman sus dos grandes novelas, ambas escritas lejos de España e influidas por dos factores importantes: su propia visión de las realidades hispanoamericanas y el terrible cainismo de la guerra fraticida española. Así surgen Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962), dos espeluznantes paradigmas de literatura polisémica y multisensorial, dos concienzudas radiografías de la terrible naturaleza humana. Aunque relatista, ensayista y crítico excepcional, serán sin duda estas dos novelas por las que será siempre recordado, tal vez no en las estanterías de todas las casas ni en las listas de ventas, pero sí en el corazón de todos aquellos que practican el siempre recomendable arte de la buena lectura.

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