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Los límites de la traducción

AutorGabriella Campbell el 21 de mayo de 2009 en Divulgación

Hemingway

En una reciente conversación con la Agencia Efe, el Premio Nacional de Traducción Miguel Martínez-Lage habló sobre la necesidad de actualizar las ediciones del escritor estadounidense Ernest Hemingway. Martínez-Lage señaló los múltiples fallos del autor en ediciones imperfectas, no por erratas gramaticales, ortográficas o estilísticas, sino de conocimiento y percepción, en especial aquellas que se refieren a las fiestas españolas, como es el caso de los sanfermines. Especificó que la edición de algunas obras de Hemingway era deficiente, y que las propias traducciones distaban mucho de compensar esta deficiencia.

Una vez más nos encontramos con el planteamiento de una duda que ronda foros y reuniones de traductores desde los albores de la profesión: ¿es legítimo que un traductor modifique el texto original más allá de lo que exige la adaptación semántica y estilística? Si bien es un caso peliagudo en cualquier tipo de texto, es particularmente arriesgado en documentos de tipo legal o contractual, ya que la modificación de cualquier término podría alterar por completo el sentido de éste. Habitualmente los traductores jurados y especializados en traducción jurídica suelen realizar anotaciones a pie de página indicando la corrección, intentando evitar, en lo posible, realizar la corrección in situ. Pero esta pregunta se extiende también a lo literario: si corregimos diversos errores del autor original, ¿estamos mejorando el texto? ¿O estamos haciendo que pierda algo de su valor original? En cualquier caso, ¿estamos legitimados para realizar esta modificación?

notas

Algunos traductores contestarán afirmativamente, máxime cuando a su labor de traducción se une el de corrección de estilo; otros se negarán en rotundo, recurriendo al pie de página, al consabido “N. del T.”, en un intento de conservar al máximo la integridad del texto original. Encontramos aquí más obstáculos que superar: una edición crítica puede permitirse rellenar páginas y páginas de apreciaciones en una fuente minúscula tipo Cátedra; una edición genérica, no. ¿Pero y si algunos de esos “errores” encontrados por el traductor no sean tales, o con el tiempo se conviertan en un rasgo característico y relevante para entender mejor al escritor y a su obra? ¿Estamos perdiendo contacto con la realidad del texto? ¿O acaso no será interesante para el lector percibir que Hemingway contaba mal los toros que aparecían, o que malinterpretaba algunas costumbres locales? Tal vez, llegados a este punto, se trasciende la labor del traductor y entramos en el terreno del filólogo o incluso del teórico literario: lamentablemente la filología, la teoría y la crítica literaria no suelen mostrar gran interés por la Traductología; y por otro lado muchos traductores carecen de una base filológica y de teoría literaria adecuada.

Por supuesto, esta es una encrucijada a la que el traductor se enfrenta al interpretar a los grandes escritores, aquellos que, por la naturaleza de sus escritos y la inmunidad que le confiere la crítica y el canon, gozan de la duda, aquella que nos empuja a preguntarnos si el error merece permanecer, si necesita de una aclaración o si debemos corregirlo ipso facto. Y es que realizar esta corrección no es moco de pavo, estamos hablando de una traducción que será leída y apreciada por miles de receptores. En el caso de autores menores, me temo, la consideración no es la misma, y sus incoherencias, erratas o incluso su estilo, pueden caer bajo el efecto devastador del traductor profesional, perseverante y cumplidor.

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