El Agrio es Bruno, y la narradora, quizá para su desgracia, se ha enamorado de él. Mucho más: se ha vuelto loca por él. Alguien dijo, como un elogio, que ésta era una novela para chicas, pero se equivocaba: en estas páginas en primera persona hay muchas más personas: lectores o lectoras reconocerán e incluso se reconocerán. Eso sí, nadie antes nos había contado este tipo de amor, de relación, como aquí: Valérie Mréjen, como ya demostró en Mi abuelo, sabe narrar de un modo que va mucho más allá del laconismo o la ironía postmodernos: hay un fondo sentimental, si se nos permite decirlo así, que recuerda a Jean Rhys, a Dorothy Parker, a Natalia Ginzburg... Es decir, prosas aparentemente sencillas con varias cargas de profundidad dentro, con más de un nivel de lectura.
Esta obra, tan divertida como cáustica, obtuvo en 2002 el Prix du Deuxième Roman, creado por la Fundación CIC para el libro y la Asociación para el desarrollo de las librerías literarias.
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