Resumen y sinopsis de Perder el juicio de Ariana Harwicz
Pensamos que no seríamos capaces de cometer un crimen, hasta que lo hacemos.
Los seres humanos piensan que saben de qué son capaces. Creen que no podrían escapar de los policías, que nunca le harían mal a un niño. Yo no podría matar a mis padres; hagan lo que hagan, me dieron la vida. O yo no llegaría jamás hasta la violación. No sería capaz de acelerar al volante en un puente con mis hijos en el auto y caer al vacío. Pero todo eso lo decimos antes; no somos capaces, es cierto, nos resulta impensable el crimen, hasta que pasamos al acto.
Perder el juicio cuenta la historia de un robo, de una apropiación, de un incendio provocado. Esta obra es el viaje de un secuestro donde la vida es vista como el armado de una evasión. Como dice Harwicz, se escribe una novela cuando se está en desacuerdo con el sentido de las palabras, cuando dejar de mentir es imposible.
Perder el juicio, es decir, la cordura, la sensatez que separa a veces tenuemente la normalidad del crimen y del delirio, o bien perderlo en el sentido legal; ser el perdedor de un sistema donde uno es juzgado y excluido sin miramientos, sometido a vigilancia… hasta que estalla.
Es lo que le ocurre a la narradora, una madre que acaba de ser privada de la custodia de sus hijo debido a un hecho poco claro, un supuesto delito de violencia doméstica. Hallándose en una situación de inestabilidad psicológica y emocional, llega al punto de secuestrar a los niños y prender fuego a la casa de su ex-pareja, lo que les arrastra, a ella, a su progenie y al hombre que les sigue los pasos, a una huida hacia delante. Como en una “road movie” sin rumbo, recorren el escenario de una Francia rural que parece las ruinas de la civilización en una novela sin trama alguna y que es pura voz, o monólogo perteneciente a un personaje extraño, evocador de una prosa visceral, febril, errática y digresiva, cuajada de una cierta poética y de unas consideraciones a veces obscenas y provocadoras que recuerdan a una Jelinek, por cómo pone en cuestión y al límite el lenguaje, en un ejercicio poco convencional, fuera de coordenadas. El relato se aleja además de un feminismo complaciente, con una heroína nada idealizada, de hecho lo contrario, y que a la vez encarnará para más de uno todo lo malo (resentimiento, odio, vulgaridad etc.) de muchas mujeres.
Meternos en el pellejo de esta Lisa, sin contexto, poco confiable y sin la otra versión o mitad de la historia, puede verse como una carencia del libro, o tal vez fue siempre el objetivo de la autora, de su escritura siempre a punto de descarrilar; mostrar esa verdad aunque duela, esa incómoda libertad de acto, de palabra, que sólo es posible y tolerable desde la máscara, desde el prisma de la ficción Al incesante torrente de palabras se añaden unos fragmentos dialogados, los que tienen lugar entre la secuestradora y su esposo, así como partes en cursiva correspondientes al pasado y que ofrecen pinceladas sobre la familia política, pertenecientes, se nos da a entender, a cierta burguesía franchute de izquierda trasnochada que ocupan el papel de villanos, recelosos y poco tolerantes con quien percibieron siempre como un elemento invasor, no sólo extranjero sino de origen judío, para echar más leña al fuego; agresora a la par que víctima.
Nos queda la impresión de que falta algo aquí, de que esa variedad de puntos de vista finalmente no aportan gran cosa a un ejercicio de literatura salvaje que tampoco va a ningún lado, apuntes más que otra cosa, y que parece un esbozo de novela, antes que una como tal.