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Giacomo es un niño fantasioso, soñador, con tendencia a la abulia y a la melancolía. Durante unas vacaciones de verano junto al lago de Como, un verano que será el último de la infancia, experimenta dentro de sí la confusión de unas emociones que todavía no acierta a comprender del todo, en un permanente tanteo e inseguridad. Es, por lo tanto, una historia sobre el abandono de la inocencia y el aprendizaje de los sentimientos, un tema tan tratado como banal en el fondo, pero aquí explorado en pocas páginas hasta en sus más mínimas sutilezas; cómo al principio es la intuición puramente física, sexual, la que predomina, desembocando en frustración, para después surgir el verdadero amor con todas sus complicaciones, en la figura del amigo y de la inalcanzable madre de éste. Unos sentimientos que quedan confundidos en el goce y en la experiencia de la belleza más pura, todavía sin contaminar por la vida. No es casualidad, por lo tanto, que el paisaje, la naturaleza y el entorno físico tengan un protagonismo especial, reflejados a través de una prosa etérea, impresionista. Con el final de la estación y el retorno del ajetreado padre de nuestro protagonista (y con él, de una cierta esperanza), con el primer desengaño de la hermana (con quien nota una especial empatía ahora), queda una amarga impresión de que nada volverá a ser como antes, queda el recuerdo (como ensoñado) de una belleza frágil y fuera del alcance.