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Es triste escribir, pero más triste es robar

AutorAlfredo Álamo el 30 de enero de 2014 en Opinión

Escritores en lucha

Me da lo mismo si eres un gurú del 2.0, un fanático de la cultura gratis, un descargador compulsivo de libros, discos, películas o series, un ejecutivo de telefonía, un editor, un miembro de la escena de maquetadores de libros: los escritores tienen todo el derecho del mundo a recibir dinero por su trabajo.

Sí, ya sé, no me gritéis todos a la vez: ser escritor no es un trabajo como los demás. Uno elige ser escritor cuando podía estar pintando paredes, fregando suelos, tecleando en una cárnica informática o informatizando una cárnica. Por lo visto, esa elección es suficiente como para que el fruto de tu trabajo, ese que has sudado tecla a tecla, pierda todo valor monetario por atreverte a hacer cultura. Si le dieras al ganchillo -como se ha puesto de moda ahora- pues podrías vender bufandas a los hipsters. Pero no, decidiste moldear algo que puede ser digitalizado, pasado a unos y ceros, compartido sin apenas coste y, por lo tanto, etéreo, ¡puf!

Siempre puedes dejar de escribir, me diréis. Es cierto. Si no le veo salida a ganar un dinero digno, una justa retribución por mis horas y mi creatividad, mejor lo dejo y me dedico a otra cosa. Escribir es un pasatiempo y todo el mundo puede hacerlo, ¿no es cierto? Es más, deberías pagar por publicar tus libros, cuentos o poemas. Me han dicho que en Amazon sólo se quedan un 30%. Ya tardas.

Pero seamos serios. Está claro que las cosas no son como antes. A una crisis económica brutal se unen años de descontrol en el mundo editorial -¿cómo podemos ser el segundo país del mundo que más edita?- y un paso al digital lleno de miedos, fallos y malas decisiones. Pero por eso mismo hay que decir alto y sin miedo que todo escritor tiene derecho a recibir una compensación justa por el uso y disfrute de su trabajo. Y ya está.

Y te contarán que la cosa está muy mal, que te haces publicidad gratuita repartiendo gratis tus novelas, que con un buen posicionamiento en las redes sociales tienes suficientes, que si no escribes tú, da igual, ya escribirá otro. Sólo falta que te den un besito en la frente y te canten una nana antes de irte a dormir. Pero la realidad está en que, de un modo u otro, a los escritores también les viene bien algo de dinero. Ni más ni menos que cualquier otro trabajador de este perro mundo. Porque supongo que las nóminas se cobran en euros, no en palmaditas en la espalda. Aunque sean cuatro euros, claro, no nos engañemos, que de la literatura viven cuatro personas, lo que lo convierte ya no en un asunto monetario sino en una sencilla cuestión de dignidad.

¿Y a qué viene todo esto? En que todo lo anterior se acaba filtrando en la cabeza de muchos escritores. No ven salida y se desesperan, ya que parece que nadie intenta un cambio, y acaban pagándolo con el más pequeño: el lector. En el fondo, hay que comprender a autores como Marías o Reverte, los modelos editoriales siguen fijos, pero sus ventas no hacen más que caer, los sistemas de venta tradicionales, también. La autoedición se está convirtiendo más en una religión que en una salida. El crowdfunding consume más tiempo que la propia escritura.

Nos han vendido que llega un cambio de paradigma, pero la realidad es que de toda la industria el que menos levanta cabeza es el escritor. ¿Qué me decís? ¿Qué es lo que habría que hacer? Hay países que ayudan a los escritores a la hora de pagar impuestos. También se pueden ampliar ayudas. Pero, por favor, no me digáis que la solución es escribir a 0.99 la novela o dedicarnos a estar todo el día dando la matraca en el Facebook y el Twitter a los amigos. Si quiero liberar una novela, la liberaré, si quiero regalar mis cuentos, lo haré. Pero esas son mis decisiones.

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(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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