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Derribando el muro

AutorGabriella Campbell el 26 de marzo de 2011 en Divulgación

El cuarto muro

Cuando hablamos de la cuarta pared, estamos usando una expresión que se originó en el mundo del teatro. En el escenario, contamos con tres paredes que rodean la acción, y una cuarta (transparente, imaginaria), que separa el escenario del público. En el teatro es fácil derribar este muro ilusorio, cualquier momento en que los actores se dirigen al público es un momento en el que la ilusión de otredad se rompe, donde el público se convierte en un participante más del espectáculo. Esta herramienta, relativamente sencilla en el entorno dramático, ha trascendido y ha invadido el espacio de otros ámbitos literarios, importando un ejercicio de interacción y transformándolo en un movimiento casi existencialista. Algunos teóricos hablan también de la existencia de una quinta pared, que sería la existente entre los miembros individuales del público de una obra, es decir, la que separa a un espectador de otro.

Dentro de la complejidad de la estructura narrativa, habitualmente podemos confiar en un principio casi inamovible: disponemos de un autor y disponemos de una serie de personajes. Nos adentramos en un mundo artificial en el que nosotros no somos más que meros espectadores, y los personajes no son más que marionetas de la voluntad omnipotente de su creador. Pero del mismo modo que Calderón cuestiona la propia validez de la realidad en La vida es sueño, algunos personajes gozan de tal calidad de existencia que pueden empezar a comportarse como seres reales, es decir, a cuestionarse su propio mundo y la autoría de éste, en una especie de acto religioso donde la divinidad es el narrador, y la narración queda en manos de una entidad bifurcada y/o especular, que es, a la vez, omnisciente y personaje. Así, en Niebla el protagonista decide salirse del marco impuesto por Unamuno y reclamar su derecho a la vida, a la decisión, al libre albedrío, del mismo modo que Adán come del Árbol de la Ciencia. El reciente género del webcómic (y antes de éste, el cómic y la novela gráfica) utiliza generosamente, tal vez de manera abusiva, este recurso, valiéndose de la flexibilidad que ofrece una publicación periódica y la combinación de texto e imagen, llegando a presentarse esta cuarta pared como algo gráfico, identificado con el marco de las viñetas, que los personajes utilizan como soporte físico a la vez que metafórico. Algo que podría parecernos, visto en pantalla, tremendamente sencillo, se convierte en un proceso autorreferencial que, visto desde la perspectiva del sistema narrativo, es confuso y difícil de describir y delimitar, un poco como situarse entre dos espejos y verse uno reflejado ad infinitum. Los resultados más espectaculares, sin duda, son aquellos en los que uno se sumerge de lleno en la ficción, convencido de su carácter, precisamente, ficticio; para verse sorprendido, de repente, por su propia inclusión en la intriga.

Muchos libros parten, desde el principio, de la ruptura de la cuarta pared, al dirigirse de manera directa al lector. En Jane Eyre, la protagonista nos habla desde el principio, nos llama “querido lector”. Ésta es una técnica muy común. Sin embargo, en la literatura es interesante llevar esta ruptura más allá, mostrando, dentro de la estructura de ficción, personajes que toman conciencia de su propia realidad de personajes, como el ya mencionado caso de Niebla. Ante todo, se trata de una transformación del ya establecido pacto narrativo, aquel que se establece entre autor y lector, por el que el lector acepta suspender temporalmente su sentido de la realidad para aceptar la realidad ficticia presentada por el autor. Si este sentimiento de ficción se rompe, el resultado es la sorpresa, la incomodidad y, si se realiza correctamente, una profunda reflexión sobre nuestra propia calidad de actores.

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