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La desventaja sentimental

AutorAlfredo Álamo el 20 de julio de 2010 en Opinión

Olor Libros

Hablamos mucho de las ventajas del libro electrónico sobre el de papel, no podemos evitarlo, nos encanta la tecnología y los avances, pudiendo parecer que estamos deseosos de la eliminación de los volúmenes tradicionales.

Nada más lejos de la realidad, si nos gustan los lectores de libros electrónicos es por la facilidad que ofrecen para leer libros, para devorar uno detrás de otro con mayor velocidad. Para mi, por ejemplo, eso es una gran ventaja. Leo a todas horas, en cuanto tengo ocasión, a veces por trabajo, a veces por diversión y a veces por una extraña mezcla de ambas que se llama «revisión de manuscrito», aunque ya no está escrito a mano en absoluto.

Un inciso. Soy incapaz de escribir a mano más de una o dos páginas, me resulta tedioso y complicado y tiendo a perder el hilo de lo que estoy haciendo. Mi mano ya se ha desacostumbrado a tomar cientos de páginas de apuntes y se resiente al rato de darle al bolígrafo. Por no hablar de mi facilidad para perderme haciendo dibujos en cualquier hueco en blanco que tengo a mi alcance. ¿Alguien sigue escribiendo a la vieja usanza, como Faulkner sobre el arado? ¿Luego pasa sus notas y las corrige de nuevo? Me temo que he sido asimilado por la tecnología…

Pero hablábamos del libro y el ebook y sus diferencias, más que de sus ventajas. Me llama la atención una cosa: uno de los principales motivos para preferir el libro físico al digital parece ser el olor. Yo, que siempre he sido de economía más bien corta, he construido la mayor parte de mi biblioteca a base de ferias de ocasión y librerías de lance, con lo que, aunque coincido que un buen libro recién comprado tiene un olorcillo característico, yo suelo asociar libro con olor a página húmeda con algo de óxido, y, con suerte, a absolutamente nada. Tengo también libros con olor a tabaco, a vino -permitidme la sensiblería-, a lágrimas… pero no es algo que me mate, la verdad. Yo asocio los libros a lugares, a los olores y sensaciones de allí donde los leí por primera vez; en un parque, en el sillón viejo de casa de mis padres, al lado de una chimenea, justo cuando aquella chica… ehem, creo que os hacéis una idea.

Desconozco qué puede pasar ahora con los e-books. Es cierto que al recorrer mi vista por la biblioteca no voy a ver los lomos de muchos de los últimos libros que ya he leído de manera electrónica. No estará allí un viaje a Barcelona o a Bruselas, o un fin de semana solo en casa, al menos no por separado. Sin ellos allí, ¿seguiré acordándome? ¿o me olvidaré de cómo y cuándo los leí? Ese es, para mi, el componente romántico, por llamarlo de alguna manera, el sentimental, si queréis, de los libros. Ni su olor, ni el sonido de las páginas o la emoción de secar flores entre sus páginas.

Por otro lado, nadie comenta la única ventaja del ebook cargado de DRM: Cuando vienen tus amigos a casa no se pueden llevar prestados tus libros. Y cuando digo prestados me refiero a ese secuestro, rapto y abducción mediante el cual desaparecen cada año un buen número de ejemplares de mi casa para no volverlos a ver jamás.

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(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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