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¿Deberíamos actualizar los cuentos clásicos para niños?

AutorAlfredo Álamo el 2 de diciembre de 2016 en Divulgación
  • Los más conocidos ya son revisiones de los originales.
  • Muchas historias contienen elementos ajenos a la cultura actual.

Imagen actual de Caperucita Roja y el lobo.

Me gustan los cuentos tradicionales, las historias fantásticas que todos hemos escuchado de niños. Forman parte de un legado cultural que podemos rastrear incluso a tiempos anteriores a la Edad Media. Es más, no sólo es algo local: la mayoría de cuentos verdaderamente antiguos se pueden encontrar, con algunas variantes, en culturas tan diferentes como la japonesa. Pero, para que nos entendamos, la mayoría de ellos fueron fijados de la tradición oral a la escrita aproximadamente en el siglo XVIII.

Además de estos cuentos medievales y que beben de las más hondas tradiciones, nos encontramos con otros grandes fabulistas, como Andersen o Perrault, que escribieron algunos de los más conocidos hoy en día, en el siglo XIX en el caso del danés y en el XVII en el del francés. Así que, en general, nos encontramos con relatos creados como muy tarde hace casi 200 años, con todo lo que eso significa.

Los hermanos Grimm fueron los grandes fijadores de esta tradición y ya entonces cogieron muchos relatos y los fueron cambiando. Si alguien tiene curiosidad por los cuentos de hadas clásicos se llevarán el susto de su vida. Pocos relatos más salvajes, incorrectos y sangrientos se han escrito hasta la fecha. Cuando se adaptaron, se optó por dejar de lado algunos de sus elementos menos agradables. Para la época, claro.

Así pues, cuando hoy cogemos una selección de cuentos infantiles, es inevitable leerlos con cariño y nostalgia, pero al mismo tiempo, al analizarlos uno poco, nos empezamos a dar cuenta de toda la carga cultural completamente anquilosada que llevan encima. Y no me refiero sólo los conceptos anacrónicos que resultan completamente ajenos a un niño actual, sino también a la actitud de los personajes. Después de todo, estos cuentos están pensados para transmitir un mensaje final, una cierta moraleja. Así pues, si se mantiene ese mensaje, ¿es necesario mantenerlos lo más fieles al original que se pueda? ¿O cambiar algunos aspectos para actualizarlos un poco puede ser necesario?

No puedo evitar pensar en Hansel y Gretel. ¿Qué es más importante? ¿Que sus padres se mueran de hambre y decidan abandonarlos a su suerte en el bosque o el mensaje de que no deben fiarse de los extraños que dan golosinas? Yo creo que el mensaje. Igual que en Caperucita Roja. ¿Cómo es de importante que sea el leñador el que salve a la niña y a su abuela, comparado con el mensaje de no hablar con extraños y no fiarse de las apariencias?

Mantener la esencia de ciertos mensajes parece el objetivo principal, mientas se juega un poco con el cuento en general para adaptarlo a los tiempos que corren y que sea más fácil de entender por los niños. Porque, por mucha nostalgia que tengamos, esos relatos ya no son para nosotros, son para ellos. Nosotros podemos ya disfrutar sus versiones originales sin problemas, pero para comprender a tres hermanos cerditos, igual podemos ponerlos sacándose un selfi antes de ponerse a construir sus casitas en el bosque. O a Caperucita persiguiendo al lobo con una escoba. O a Hansel y Gretel poniendo a régimen a la bruja malvada en lugar de quemarla.

¿Es eso buenismo? ¿Corrección política? No, es adaptar los cuentos del mismo modo que se hizo en su día por los primeros grandes autores, que nos enseñaron el camino a seguir a la hora de trabajar con textos que, con toda seguridad, nos sobrevivirán cientos de años.

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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