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Juan Jacinto Muñoz Rengel: ‘He intentado escribir una novela para quienes aman el placer de la lectura’

AutorAlfredo Álamo el 22 de noviembre de 2016 en Entrevistas
  • El gran imaginador es su última novela.
  • Recoge leyendas, fábulas, historia e imaginación sin límites.

Imagen de perfil de Juan Jacinto Muñoz Rengel.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una novela como con El gran imaginador. Juan Jacinto Muñoz Rengel ha logrado montar una historia que hace volver a disfrutar de la lectura como cuando éramos jóvenes. Recoge un montón de referencias, que van desde clásicos como Las mil y una noches a las narraciones de Italo Calvino, Umberto Eco, Poe o Pizarnik, las mezcla, las dispone con maestría y ejerce de anfitrión para pasar un rato más que agradable.

Seguimos al gran imaginador, Popoulos, desde su nacimiento, a través de sus increíbles aventuras, de sus viajes sin par. Su encuentro con Cervantes en la Batalla de Lepanto supone el momento de inflexión a través del cual el autor articula la novela. En ella encontraremos desde revisiones de historias clásicas a otras completamente nuevas, mezcladas de tal forma que resultan casi indistinguibles.

Hoy hemos tenido la suerte de poder entrevistar a su autor, conocido también por libros como El asesino hipocondríaco o El sueño del otro, y preguntarle por todos los detalles curiosos que nos han surgido a lo largo de la lectura de El gran imaginador.

Lo primero, enhorabuena por el libro. Me ha resultado muy refrescante y divertido, fuera de lo que se viene publicando de manera habitual. ¿Cómo empezó el germen de este gran imaginador?

Muchas gracias por tus palabras, me alegro de que te haya parecido distinto y de que haya sabido hacerte disfrutar. En realidad, desde el principio tenía claro que mi personaje principal viviría en el siglo XVI y cuáles serían los distintos escenarios que iría recorriendo a lo largo de su vida, aquellos que necesitaba para que se relacionara con los acontecimientos y con los personajes concretos que tenía en mente. Esa primera concepción adquirió forma en el año 2002, cuando vivía en el número 88 de Mill Lane en Londres. Sin embargo, con esos elementos el resultado habría sido solo una novela histórica, demasiado rígida, y en cualquier caso un libro demasiado alejado de lo que escribo y de la mirada distorsionada que me interesa. Dejé que pasaran los primeros años mientras me documentaba, hasta que al fin di con la idea que me faltaba: mi protagonista, Popoulos, sería un imaginador sin límites. Esa hipótesis fantástica llevada al extremo, que convertía a mi personaje en un hombre imposible, dotaría a toda la novela de la flexibilidad que necesitaba, del vuelo fantaseador indispensable para una novela que pretendía hablar de los orígenes de la ficción misma y que, así, estaría dedicada por entero a los distintos ámbitos de la imaginación. También era la solución para poder transitar por los géneros a mi antojo.

Tras leerlo, es inevitable pensar en varias tradiciones literarias y personajes famosos. Por un lado el Libro de las maravillas de Marco Polo, Las mil y una noches y sus cuentos hilados uno tras otro, y por otro el mítico Barón de Münchhausen, con sus aventuras fantásticas. ¿Cuánto hay de estos textos clásicos?

Sin duda, hay algo de todos ellos. La narrativa de viajes, de exploradores y aventureros está muy presente en toda la novela, desde Marco Polo a Humboldt, desde Evliya Çelebi al ficticio Baudolino. También Las mil y una noches, por proximidad, se encuentran diluidas como marco referencial del libro, porque uno de los aspectos que intento reivindicar a lo largo de sus páginas es la influencia del Cercano Oriente en nuestra cultura en general y en nuestro modo de concebir la ficción en particular. Sin embargo, las coincidencias con las Aventuras del Barón de Münchhausen son más casuales o subconscientes, supongo que porque en realidad ambos libros se basan en una idea muy parecida. Hay otros homenajes y paralelismos más intencionados, entre ellos a El Quijote, sobre todo, o a la literatura gótica, desde E. T. A. Hoffmann hasta Mary Shelley, o a Alejandra Pizarnik o a Gustav Meyrink, con abundantes guiños también a Poe, a Lovecraft, a Wells, a los hermanos Strugatski, a Lem, a Jorge Luis Borges…

Detalle de la portada de El gran imaginador.

(…) quería hablar de la influencia del Imperio Otomano en Occidente, rescatar la historia hoy velada de la Grecia otomana, indagar en los orígenes de las identidades nacionales de los Balcanes, en sus leyendas vampíricas, en el tráfico internacional de reliquias (…)

Hay historias que inventas completamente -creo, como la de la invasión en Constantinopla-, y otras que rehaces, como la de la condesa sangrienta. ¿Tenías claro esto desde el principio?

Es cierto, la invasión alienígena a la capital del Imperio Otomano se da después de una crisis que sufre mi protagonista, tan proclive a deformar o aumentar la realidad. Y no han quedado documentos ni prueba alguna que corroboren este suceso, todos fueron destruidos. No obstante, tanto la fórmula como las propiedades del fuego griego —que George R.R. Martin utiliza para crear su fuego valyrio—, o las torres lanzallamas que reconstruye en esta batalla Popoulos, por ejemplo, existieron con esa forma concreta en el entorno bizantino. Y todo lo que más tarde viven mis personajes en el castillo de Erzsébet Báthory es real en el sentido más tradicional de la palabra: desde el número de pasos que hay desde la barbacana defensiva hasta la puerta principal, los nombres y descripciones de los personajes, los instrumentos de tortura o escenas completas, que fueron transcritas con todo detalle por los testigos supervivientes en el juicio a la condesa, todo está meticulosamente contrastado. Lo único que añado a esa parte de la historia es la presencia allí de mi personaje y de su mejor amigo. Y en efecto, esta intención de mezclar lo real, lo histórico o lo documental con otras grandes dosis de imaginación formaba parte del plan desde el inicio. Por un lado, para aumentar el componente de juego con el lector, que puede —si le apetece— tratar de averiguar qué es más o menos cierto. Y, por otro, porque El gran imaginador pretende precisamente arrojar algo de luz sobre cómo funciona la ficción, cómo a través de ella construimos nuestra identidad, nuestra historia, nuestra cultura e, incluso, lo que entendemos por realidad, en una compleja jerarquía de grados de veracidad.

En El gran imaginador recoges un momento cultural interesante, el del gran Mediterráneo y sus decenas de culturas enfrentadas. ¿La elección de Cervantes es a consecuencia del momento o al revés?

No sabría decirlo. La presencia del personaje Miguel de Cervantes estaba decidida desde el principio, así como el diálogo que mi novela pretendía establecer humildemente con la obra maestra de El Quijote. Pero, claro, el Mediterráneo es consustancial a todo esto y al resto de los objetivos iniciales de la novela: quería hablar de la influencia del Imperio Otomano en Occidente, rescatar la historia hoy velada de la Grecia otomana, indagar en los orígenes de las identidades nacionales de los Balcanes, en sus leyendas vampíricas, en el tráfico internacional de reliquias, en el funcionamiento de las órdenes religiosas, en la vida de los cruzados y de los piratas uscoques, en la falsificación y la manipulación en los inicios de la Modernidad…

¿Da vértigo usar a un personaje como Cervantes?

Sí que lo da. Pero, además de haberme apoyado en las últimas investigaciones de los especialistas mundiales más autorizados, mi acercamiento ha sido siempre desde la absoluta admiración y el cariño. En algunos sentidos, habrá quien pueda pensar que Cervantes no sale demasiado indemne de mi revisión, quizá no fue tan héroe en Lepanto, ni tan patriota en Argel, quizá sus intentos de fuga fueron en parte inventados, tuvo dudas sobre si apostatar y abandonar la fe cristiana, e incluso sobre su propia orientación sexual. Sin embargo, no solo nada de eso tiene importancia en nuestros días, sino que desde mi punto de vista los nuevos descubrimientos lo revelan como un genio aun mayor: el joven Miguel de Cervantes, en una época brutal y despiadada, para sobrevivir y para poder convertirse en escritor se sirvió de la única arma que tenía: su imaginación. Y construyó una estudiada imagen de sí mismo con recursos que, una vez más, lo convierten en un hombre adelantado a su época.

(…) diría que he intentado escribir una novela para quienes aman el placer de la lectura, que aspira a recuperar aquellas vívidas sensaciones que todos pudimos sentir una vez, en nuestros primeros años como jóvenes lectores.

Nos han encantado los guiños a la literatura popular, como el que has dejado a Blade Runner. ¿Cuántas pequeñas perlas has escondido?

Muchísimas, no he llevado la cuenta. Algunas son muy visibles, otras solo a medias. Y hay algunas que sé que tan solo podrán descubrir apenas unos pocos lectores, aquí y allá. Pero no importa, nada de eso afecta en realidad a la lectura. Esa parte de juego intertextual está ahí solo para quien quiera aceptar la invitación, no obstante he intentado que siempre haya además una acción visible, una trama sucediendo, que a mis personajes no dejen de ocurrirles cosas. En definitiva, he tratado siempre de contar una historia.

Y por último, ¿qué le dirías a nuestros lectores para que se acercaran a la lectura de El gran imaginador?

Les diría que si son amantes de lo fantástico, de lo histórico, de las aventuras, o incluso de la ciencia ficción o el terror, este podría ser su libro de cabecera. Pero que si solo quieren leer uno de esos géneros, que permanezca dentro de los límites establecidos y siga sus normas sin contaminarse, quizá mejor deberían probar con un título más seguro que se encuentre en la correspondiente estantería. Les diría que he intentado escribir una novela para quienes aman el placer de la lectura, que aspira a recuperar aquellas vívidas sensaciones que todos pudimos sentir una vez, en nuestros primeros años como jóvenes lectores. Les diría que he intentado que mis personajes estén vivos, que sueñen, se ilusionen, sufran y padezcan, y que los he embarcado en las historias más disparatadas e imprevistas de las que era capaz. Les diría que todo lo que yo haya podido sufrir o disfrutar dando forma a este libro, a lo largo de los años, tenía como único fin de hacerlos sufrir y disfrutar a ellos.

Retrato de Eduardo Cano e imagen de la portada cortesía de la editorial Penguin Random House.

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Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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