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Escritores aficionados a otras artes (II): Juan Ramón Biedma

AutorGabriella Campbell el 30 de mayo de 2013 en Noticias

Juan Ramón Biedma

En la primera entrega de esta serie de artículos, le preguntamos a Susana Vallejo a qué otro tipo de actividades artísticas dedicaba su tiempo, además de a la escritura. En esta ocasión le hemos pedido lo mismo a Juan Ramón Biedma, autor conocido sobre todo por sus novelas de género policíaco. Biedma nos ha hablado de su afición a las series de televisión:

“Durante una cena, mi amigo Fernando Marías me dijo que no veía series televisivas; como él es sobradamente listo para haber calibrado los pros y los contras de tal vicio antes de descartarlo y yo no soy tan imbécil como para intentar hacerle cambiar de opinión con nuevos pros de mi cosecha, la cosa quedó ahí.

Pero de vez en cuando, en aquellos momentos en los que un rastro de fuerza de voluntad resurge en el fondo de mi conciencia y me hace abominar de mi adicción, no puedo evitar acordarme de él con la envidiosa mirada del que se sabe encadenado para siempre a su asquerosa perversión.

Mi intoxicación televisiva me ha acompañado toda la vida, primero como una inocente diversión doméstica, después como esparcimiento perfectamente compatible con el resto de mis actividades y al final como una fijación que determina gran parte de mis días y mis noches.

Lo peligroso de las series, el gran reclamo, es su justa duración; mientras que la extensión de una película nos obliga a acotar una parte de nuestras jornadas para dedicársela en régimen de exclusividad, los capítulos televisivos, esos cuarenta y cinco minutos de media en las series americanas y europeas, encajan a la perfección con nuestras comidas y cenas –las españolas, en general, por desgracia, van clasificadas en categoría aparte según el tiempo que tardamos en verlas y olvidarlas-; después, según que el vicio se afianza, nosotros afinamos: si la comida es tranquila y reposada podemos permitirnos los casi sesenta minutos de un Juego de tronos o un The Wire, mientras que si es más apresurada nos inclinaremos por los cuarenta de un Hannibal o un Expediente X, e incluso si debemos ser especialmente frugales, deberemos contentarnos con los veintidós de un Bored to Death o un Becker.

No sólo es su extensión lo que nos atrae de las sagas catódicas; a medida que aumenta nuestra instrucción en el medio, también irá creciendo nuestra pericia para elegir el título que mejor se adecue a nuestra disposición anímica, de manera que si nos levantamos deprimidos, nos administramos un capítulo de Boston Legal; si con ganas de dinamitar el mundo entero, uno de Misfits; si con defecto de adrenalina uno de 24; si con exceso de adrenalina un Hércules Poirot; si místicos uno de Carnivale; si exquisitos uno de Retorno a Brideshead

Hay una serie de televisión para cada estado de ánimo. Lo malo es que al final, en esa última fase que citaba más arriba, hay un estado de ánimo para cada serie de televisión, y somos nosotros los que terminamos modificando nuestro talante para adaptarlo a nuestros episodios predilectos.

Al igual que terminaremos almorzando o cenando cuatro o cinco veces para agotar las últimas entregas de otra de las obras de las que seamos devotos; al fin y al cabo, cuarenta y cinco minutos de media no son nada.

O hasta descargándolas en nuestra tableta y dejando que el autobús nos dé una vuelta completa tras otra por la ciudad mientras sonreímos como lunáticos con los ojos clavados en la pantalla.

Dicen que aún me queda por conocer una etapa ulterior en la que el enfermo prescinde de cualquier actividad –incluyendo el sueño, la alimentación, la literatura y hasta el sexo– para disfrutar de su afición.

Espero con ansiedad la llegada de ese estado”.

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