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La página de agradecimientos (II)

AutorGabriella Campbell el 28 de marzo de 2013 en Divulgación

Agradecimientos

En la primera parte de este artículo hablábamos de esa sección tan personal de cualquier libro (ya sea novela, poemario o tesis doctoral): la página de agradecimientos. Hemos mencionado algunos de los defectos principales que, según los profesionales del mundo de la edición, deberían evitarse; a saber, una extensión más larga de la cuenta y el uso y abuso del famoseo, de ese hábito tan poco elegante de dejar caer nombres de personas muy conocidas (o, peor aún, de sus apodos) para hacer ver que nosotros también somos importantes, simplemente por asociación.

Otro invitado habitual en este tipo de listas es el profesional (o profesionales) que ha colaborado con la documentación de la obra. Si bien tiene sentido mostrar lo bien que se ha portado contigo alguien que ha dedicado su valioso tiempo y experiencia para que tu obra quede más completa y verosímil, con demasiada frecuencia la sensación del lector es que el autor no hace más que presumir de su dedicación y del trabajo de documentación que hay detrás del libro. Y no hablemos ya de los agradecimientos a mi equipo; donde antes los agradecimientos se limitaban a una mención al agente y al editor, además de a algún familiar cercano, ahora al escritor se le llena la boca con la oportunidad de mostrar que tiene a todo un departamento de personal detrás para complementar su trabajo.

En algunas obras, uno no puede evitar pensar que el escritor ha sido, de hecho, el que menos ha participado en el libro. Todo queda en manos de un editor dedicadísimo, al que el autor no deja dormir con sus dudas existenciales a las tres de la mañana (un consejo para los editores en la sala: nunca le deis vuestro número de casa a un escritor, a no ser que lo dejéis programado para que salte directamente el contestador; con los mensajes recabados tendréis para escribir un libro vosotros mismos); de un amigo noble y sabio que ha ejercido de corrector (con una corrección que parece que la editorial se ha olvidado de aplicar); del amantísimo esposo o amantísima esposa, cuya devoción y paciencia solo son superados por su excelsa belleza; del perro, canario o silla favorita (que demuestran que el autor es un ser cálido y con sentido del humor); de las ocho ciudades donde el autor residió mientras escribía (esto refuerza una imagen cosmopolita, bohemia); y de un inventario interminable de lectores de prueba.

Los créditos finales son siempre interesantes: nos muestran una voz muy distinta a la del libro, nos dejan entrever la humanidad del que ha creado la obra. Pero esto no es excusa para recurrir a la cursilería. Haremos, no obstante, una pequeña excepción para el escritor británico Christopher Currie, que utilizó la sección de agradecimientos de su novela para pedirle la mano a su novia (para fortuna de este autor, la chica dijo que sí). Tal vez la regla de oro sea la siguiente: si tu página de agradecimientos empieza a parecerse a un discurso de aceptación de un Óscar, es el momento de revisar y recortar.

Para finalizar, no puedo dejar de agradecerte, querido lector, que hayas dedicado unos minutos de tu tiempo a leer mi artículo. Y por supuesto a ti, Cuchufleta, minino de mis entretelas, sin quien yo no sería nadie.

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