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La pasión persa

AutorVíctor Miguel Gallardo el 27 de noviembre de 2010 en Divulgación

Persépolis

De entre todos los dibujantes y guionistas de cómic aparecidos en la última década he de reconocer que siento una devoción especial por la iraní Marjane Satrapi. Por alguna extraña razón sus historias me conmueven hasta la médula, de esa forma extraña en que sólo lo hacen las obras maestras. El concepto de “obra maestra” es, definitivamente, subjetivo: yo no podré convencer jamás a un detractor de Satrapi de que sus historias lo son al igual que es inútil que haga lo propio conmigo un fanático de, por poner dos ejemplos sangrantes de distintos ámbitos, David Lynch o Cortázar.

Entrando en materia, la obra más conocida de Satrapi es, sin duda, Persépolis, una historia autobiográfica que la catapultó de la noche a la mañana a la popularidad en Francia, su patria chica. Criada en la Persia (perdón, Irán) prerrevolucionaria, y descendiente de una dinastía destronada, Satrapi creció en una opulencia relativa y en un ambiente laico nada favorable al rey. Su familia apoyó de forma franca la revolución que destronó al Sha y a la dinastía Pahlavi, pero se encontraron de bruces con la nueva realidad de su país: se pasó de un régimen obsoleto e injusto a una teocracia extremista. La Revolución iraní, con cimientos supuestamente firmes y asentados en múltiples focos progresistas, degeneró en el régimen islamista más radical (salvando las distancias con los “vecinos” talibanes) de toda la historia.

La revolución iraní conllevó unos cambios intolerables para una parte de la sociedad del país que tal vez se antoje minúscula, pero la familia de la autora se puede contar entre ellos, lo que condiciona el conjunto. Es lo normal en estos casos: los acomodados cubanos también fueron, en líneas generales, los más perjudicados tras al advenimiento castrista. No soy quién para juzgar uno u otro proceso, pero soy consciente de que existieron y de que, cómo no, cada cual ha de luchar por sus propios intereses. Sin ánimo de ser demagógico, el éxito de la obra de Satrapi ha de ser entendido dentro de su contexto: la amplia repercusión de Persépolis se puede comprender mejor dentro de una sociedad como la francesa, inmersa en una simbiosis forzosa con el mundo musulmán debido a la gran cantidad de inmigrantes magrebíes y subsaharianos, que si Satrapi hubiera permanecido más tiempo en Austria, el primer país al que emigró desde su Irán natal.

Pollo con ciruelas

No obstante, Persépolis, dejando a un lado el contexto que rodeó a la autora, es una magna obra, una de esas novelas gráficas que te golpea directamente en la cara, pero, lo siento, no por sus referencias a la política de su tiempo (no, esto no es Maus), sino por su valor puramente humano. Después de todo, gracias a que pertenecía a una “familia bien” pudo emigrar a Europa. Luego volvió a Irán, en donde fue una incomprendida ya que la gente de su edad ya había pasado a formar parte del sistema impuesto por los “revolucionarios”, pero igualmente pudo emigrar de nuevo (esta vez a su destino definitivo, Francia). Espero que Satrapi sea consciente de que es una persona con suerte.

Persépolis es una bonita historia que merece ser leída y disfrutada en todos los niveles (existe una fiel película de animación que es francamente recomendable). Yo no la calificaría como “recomendable”, sino más bien como “imprescindible”, sobre todo para los que no saben nada del régimen actual iraní. Con todo, no es la mejor obra de la autora: el cómic Pollo con ciruelas, algo posterior, es para muchos su obra cumbre. Para mí también: allí donde Persépolis sienta las bases para conocer el estilo de esta gran autora, Pollo con ciruelas (y, en menor medida, Bordados) la define claramente como una de las mejores historietistas de nuestra historia reciente.

Si Persépolis en vez de ser recomendable es imprescindible, Pollo con ciruelas deja de ser imprescindible para convertirse en Esencial. Así, con mayúsculas.

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