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Murió Rodolfo Fogwill

AutorVíctor Miguel Gallardo el 25 de agosto de 2010 en Noticias

Fogwill

El pasado 21 de agosto falleció el escritor (y publicista, y sociólogo, y polemista casi profesional) bonaerense Rodolfo Fogwill, víctima de un enfisema pulmonar causado por una vida de adicción al tabaco. Con su muerte se nos va uno de los personajes más peculiares de las letras hispánicas de las última décadas, alguien que fue perseguido por varios gobiernos argentinos (bien por “rojo” o bien por negocios poco claros), que conoció a Borges, que tuvo muchos hijos, y varios matrimonios, que usó la cocaína para escribir sobre la guerra de las Malvinas y acabó enganchado a muchas otras drogas que combatían sus crisis respiratorios. Que, en definitiva, vivió.

El haber mencionado la droga no es fortuito: por un lado, una de sus obras más famosas, la novela Los pichiciegos, existe gracias (como ya he mencionado) a la cocaína. Doce gramos de esta droga le sirvieron para terminar esta obra en el tiempo récord de seis días, seis días en los que dejó por escrito una lúcida novela sobre el conflicto de las islas Malvinas/Falkland que él mismo negó que tuviera un tono pacifista. No lo tiene: relatada desde la distancia, desde la frialdad, Los pichiciegos hace hincapié en las absurdas circunstancias de la guerra, de todas las guerras en general pero, sobre todo, de la guerra de las Malvinas, perdida desde antes de empezar. Una guerra que podría considerarse un montaje del gobierno militar que regía Argentina, deseoso de azuzar un patriotismo que ellos mismos, con su régimen de terror, persecuciones, censuras y prohibiciones, habían emponzoñado casi hasta la médula. La República Argentina recibió aire, o tal vez una transfusión de sangre, con esta contienda. El precio está claro: casi mil muertos, la mayor parte argentinos, y el doble de heridos. El Reino Unido aplastó casi literalmente la invasión del archipiélago, pero no a coste cero. Argentina perdió, pero el orgullo nacional de muchos no se vio resentido sino más bien al contrario, y todavía hoy se conmemora aquella guerra por algunos círculos. La derrota fue, eso sí, el principio del fin del gobierno militar, que no pudo recuperarse, y supone para toda una generación una vergüenza. No la vergüenza de la derrota, eso no: la vergüenza de la instrumentalización de las muertes de cientos de jóvenes compatriotas, marionetas del alto mando militar. Carnaza para la exaltación patriótica. Vendas para curar años de desapariciones y autoritarismo.

La otra obra más conocida de Fogwill es un cuento, Muchacha punk, que años más tarde dio título a una celebrada antología de relatos. Ambientado en Londres, su inicio es más que popular:

En diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir “hice el amor” es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que “hicimos” ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo– eran un amor: eran eso y sólo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos “acostamos juntos”.

Escrito en 1978, de él dijo Fogwill que

(…) el relato venía sobrecargado de propósitos teóricos y abunda en guiños, anagramas, provocaciones al Estado policial de la época e insidias a escritores de moda

Curiosamente, Fogwill también sufrió dichas insidias en cuanto se convirtió en un autor popular. Se acusó incluso a ciertos círculos intelectuales de sobrevalorar tanto su obra como la importancia del autor en la literatura argentina contemporánea. Se tiene por habitual a Fogwill, no obstante, como uno de los cuatro imprescindibles de las últimas décadas junto con Piglia, Saer y Aira. Es más, se ha dicho que si en las últimas letras argentinas Piglia representaba la inteligencia, Saer la densidad y Aira la locura, Fogwill debía ser, obligatoriamente, los cojones.

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