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El hombre inquieto, de Henning Mankell

AutorAlfredo Álamo el 25 de enero de 2010 en Reseñas

El hombre inquieto

Mankell cierra de manera definitiva su serie de novelas protagonizadas por el inspector Kurt Wallander con El hombre inquieto, una historia en la que el aspecto personal de Wallander se vuelve más importante que nunca y con una trama más cercana a la novela de espías que a la narrativa policial.

En esta historia final, Wallander investiga la desaparición de su consuegro, Hakan von Enke, antiguo comandante de submarinos en la armada sueca, enfrentándose a una trama cuyas raíces se hunden hasta los años ochenta y la parte más dura de la guerra fría.

El hombre inquieto se situó a finales de 2009 como uno de los libros más vendidos en España, Mankell siempre ha sido muy bien recibido en el mercado en español y había mucha gente esperando la novela que iba a suponer el adiós de uno de los personajes que más ha marcado la evolución del género en Europa durante los últimos años.

¿Qué nos ofrece Mankell? Por un lado tenemos la trama, la intriga, una confabulación de espionaje y política sueca que me ha dejado bastante frío, la verdad. Los años ochenta en Suecia con la socialdemocracia y Olof Palmë son, para la gente de mi generación, quizá demasiado lejanos como para seguir la trama. La política sueca y sus ramificaciones, tratadas de manera muy realista y poco sensacionalista -al contrario del ruidoso Larsson-, apenas han logrado captar mi atención. Teniendo en cuenta que son la base de la historia, la novela de espías que es El hombre inquieto roza el aprobado, y sólo gana interés en los últimos capítulos, donde Mankell se saca de la manga unos convenientes personajes para ayudar un poco a Wallander, en los que se avanza con algo más de soltura.

La trascendencia política no le sienta bien a Wallander, como en Los perros de Riga, El hombre inquieto se pierde en piruetas poco interesantes de laberintos políticos y contraespionaje, dejando la trama en un lugar muy secundario frente a lo personal, más que otras veces y perdiendo ese notable equilibrio que hacía grande al personaje.

Hay pocos personajes más maltratados por su autor que Wallander por Mankell, la verdad. Desde el principio de sus andaduras hemos visto cómo la angustia vital del inspector sueco se volvía más y más grande, bien por su relación con las mujeres -tormentosa en el mejor de los casos-, con su hija -con numerosos altibajos-, el alcohol -siempre presente-, su padre -cuya muerte es incapaz de superar-, o la propia naturaleza de su trabajo, que siempre piensa en abandonar.

Este último libro no es diferente. Wallander se enfrenta definitivamente a su vida y no sale bien parado en absoluto. Con la amenaza de la diabetes, las pérdidas de memoria, el cansancio que arrastra tras la visita de su amada Baiba… Si bien Mankell da el final que se espera tras leer todas sus novelas, no deja de ser una puñalada. Wallander desaparece de la más cruel de las maneras posibles, por muy realista que pueda ser, dejando el autor un sabor a cenizas y una sensación amarga con sus últimas líneas. Un adiós sin agradecer los servicios prestados a uno de los personajes más humanos de los últimos veinte años.

En cuanto a la traducción de Carmen Montes, buena, como en anteriores libros de Mankell, aunque en esta ocasión me ha parecido que la corrección de estilo no ha sido tan fina como en otras ocasiones, sorprendente en un libro de Tusquets.

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Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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