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El canon Muratoniano

AutorVíctor Miguel Gallardo el 25 de diciembre de 2009 en Divulgación

Apocalipsis

Luigi Antonio Muratoni fue un estudioso católico que vivió entre los siglos XVII y XVIII, y es considerado como uno de los padres de la historiografía italiana. Formado con los jesuitas, de los que formó parte, fue el coautor de la primera historia de Italia (los Annali d’Italia, publicados entre 1743 y 1749), entre otras muchas obras tanto históricas como religiosas. También fue uno de los responsables de la modernización de las técnicas historiográficas, pudiendo ser considerado como cercano a los ilustrados de su tiempo.

No obstante, una de las más importantes obras de Muratoni fue fruto de la casualidad. Mientras ampliaba su formación en la Biblioteca Ambrosiana de Milán halló un manuscrito fechado en el siglo VII aunque recogía información del período inmediatamente posterior a la muerte por tortura del papa Pío I, que falleció en 155 y que fue sustituido por Aniceto. Así, se tiene por comprobado que el manuscrito original en el que se basó el hallado por Muratoni fue escrito a finales del siglo II de la era cristiana. En él se enumeraban los libros de la Biblia, en concreto del Nuevo Testamento que, en la época, eran considerados como canónicos según la Iglesia Católica. No son, desde luego, los mismos libros que hoy día conforman la segunda parte del libro sagrado de los cristianos.

Para empezar, las primeras páginas del manuscrito se habían perdido, mencionándose sólo dos de los cuatro evangelios, los de Lucas y Juan. Dado que desde la Edad Media estos han sido los evangelios situados en tercer y cuarto lugar del Nuevo Testamento, nada hace pensar que los dos primeros no debían ser, ya en el siglo II, los de Mateo y Marcos. Así, se confirma que ninguno de los evangelios denominados “apócrifos” han tenido en ningún momento, ni siquiera en los primeros momentos de la Iglesia, condición de oficiales. Y no son pocos los evangelios apócrifos, de los que ya hablaré otro día, siendo algunos de ellos muy interesantes para comprender las diferencias tendencias sectarias que, casi desde el principio, dividieron a aquellos primeros cristianos, algunas de ellas tan llamativas como la de los gnósticos cainitas, que dignificaron la figura del discípulo Judas Iscariote al afirmar que él había entregado a Jesucristo siguiendo un plan fijado días antes de la Pasión.

Según el denominado Canon (o Fragmento) Muratoriano, también eran canónicos tanto el libro de Hechos de los Apóstoles como trece de las epístolas de Pablo, no estando incluida la Carta a los Hebreos, que en la actualidad sí goza de reconocimiento oficial. Sin embargo, se sabe que esta epístola no fue escrita por Pablo de Tarso: las referencias a Timoteo (al que Pablo dedicó dos cartas) y a Italia (en donde, por aquellos tiempos, debía de estar preso Pablo) fueron añadidos posteriores que buscaban darle mayor importancia al texto del que hubiera tenido siendo anónimo. Además, ni siquiera se trata de una carta dirigida a los judíos, sino de una homilía presuntamente escrita para ser leída ante una comunidad en la que debían existir un buen número de conversos judíos, lo que no es desde luego lo mismo. Así, el Fragmento Muratoriano parece indicar que, efectivamente, la “canonización” de este texto fue muy posterior a la del grueso del Nuevo Testamento, y que se hizo por motivos que iban más allá a los de una autoría demostrada. La pregunta sería, entonces, ¿por qué?

Otras dos diferencias entre el Canon descubierto por Muratoni y el actual serían la pertenencia al conjunto de sólo dos epístolas de San Juan, en vez de tres (aunque no se mencionan sus nombres), y la inclusión, además del Apocalipsis de San Juan, del Apocalipsis de Pedro. Eso sí, se demuestra que este último, ya entonces, no gozaba de popularidad alguna en ciertas comunidades al advertirse en el manuscrito que muchos se negaban a que fuera leído en aquellas primitivas iglesias. Otra pregunta, la de su caída en desgracia, que quedaría en el aire para futuros artículos.

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