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Leyes de mercado: La Autoedición

AutorVíctor Miguel Gallardo el 19 de diciembre de 2009 en Divulgación

Autoedición

La autoedición de libros ha existido desde el inicio de la imprenta. Sin embargo, hablando con propiedad, no se hizo algo habitual hasta mediados de los años 80 por razones técnicas. Me explico: si bien se suele identificar como “autoedición” a todo aquel libro costeado por su autor y no por una editorial, sea cual fuere la razón, en realidad el término debería limitarse a aquellas obras que han sido preparadas para impresión (con todo lo que ello conlleva), impresas y distribuidas por el escritor. Esto, que no era muy habitual antes de la era informática, va convirtiéndose poco a poco en una popular forma de difusión de literatura gracias a plataformas on-line que ofrecen servicios de distribución virtual (e incluso de impresión a demanda) basadas en maquetaciones no profesionales realizadas, por ejemplo, en procesadores de texto estándares.

No obstante, existen empresas que se autodenominan como “de autoedición”, es decir, editoriales que, por un precio, se ocupan de producir un libro. Gran parte de ellas incluso se ocupan de su distribución, aunque esta no es una conditio sine qua non. De ellas vamos a hablar.

Hace un tiempo hice un pequeño sondeo entre las empresas de autoedición más importantes de España. Me puse en contacto con una docena de ellas para comprobar la disparidad de precios y condiciones que ya suponía. La respuesta fue sorprendente. Los rangos de precios ofertados fue desconcertante: así, la empresa más barata dio un presupuesto tres veces más barato que la más cara. Ninguna de ellas, todo hay que decirlo, es la empresa líder del sector. La mayoría de las autoeditoriales más conocidas tenían precios similares, algo más del doble del presupuesto dado por la editorial más barata. Solicité la preparación e impresión de un libro de poesía, en formato A5, con 150 páginas; solo una de las doce editoriales consultadas tuvo el descaro de comentar que no solían hacer presupuestos antes de leer una obra pero que conmigo harían una excepción. Otra editorial fue la única que se negó a tratar conmigo si no era a través del teléfono (el resto no tuvo ninguna objeción en que todo se hiciera a través del e-mail).

Algo que me dejó bastante sorprendido fue que dos de esas editoriales incluyeran en sus presupuestos costes por procesos gratuitos. Para ambas editoriales, por lo visto, la tramitación con la Agencia Nacional del ISBN y el depósito legal de libros valían dinero. Hay que aclarar que la obtención de un número de ISBN (o ISSN en el caso de publicaciones periódicas) se soluciona con el envío de una simple carta, y que el depósito legal consiste en entregar varios ejemplares del libro (el número varía según el país) a las agencias estatales establecidas a tal efecto. En España dicho depósito legal es obligatorio para la imprenta, no para el editor y, desde luego, no para el autor. Algunas imprentas cobran este servicio, pero siempre en su justa medida: el coste de impresión de los libros entregados, ni más ni menos. Sin embargo, una de las editoriales consultadas fijó un precio de 200 euros por ambos trámites legales. Eso sí, los descontaban del presupuesto final haciendo hincapié en que era una oferta transitoria.

En general la sensación al negociar con estas editoriales fue la de encontrarme ante empresas que no tenían muy claro lo que estaban ofreciendo, de ahí la disparidad de precios y de condiciones. Sólo la mitad de ellas, por poner un ejemplo especialmente sangrante, me ofrecieron un contrato, algo que se me antoja indispensable. Para más inri, menos de la mitad de las empresas envió el presupuesto en un archivo separado del cuerpo del mensaje, ya fuera en formato .pdf o de texto. Los presupuestos, que son vinculantes, no deberían ir escritos sin más en un mensaje de correo electrónico.

En definitiva, la experiencia me sirvió para comprobar varias cosas. La primera y más significativa, relativa a los precios, es que antes de embarcarse en la aventura de la autoedición es necesario hablar con varias empresas: el autor se puede ahorrar un coste significativo. La segunda, y no menos importante, es que hay que exigir que todo se haga dentro de la legalidad, por supuesto. En cualquier caso, el escritor interesado en este tipo de edición haría bien en contar con algún tipo de asesor legal para evitar posibles estafas y engaños, lamentablemente tan comunes en este mundo donde edición tradicional, coedición y autoedición pueden llegar a confundirse en aras del beneficio ajeno.

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