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Tránsito, de Connie Willis

AutorGabriella Campbell el 14 de octubre de 2009 en Reseñas

Tránsito

Uno de los temas de índole paranormal al que más kilómetros de tinta se han dedicado es a lo que en general se conoce como ECM, experiencias cercanas a la muerte. Dichas experiencias se han evaluado desde perspectivas científicas y religiosas, pero raras veces como punto de partida literario, lo que hace que leer Tránsito, de la escritora estadounidense Connie Willis, sea educativo a la par que refrescante. Willis no se deja embaucar por interpretaciones paranormales y muestra su habitual celo documental al sumergir al lector en un análisis concienzudo de las diferentes interpretaciones científicas a las percepciones que experimentan personas que han sobrevivido a una muerte clínica. Hay que tener en cuenta que con el desarrollo de las técnicas de reanimación cardíaca ha aumentado significativamente el índice de personas que aseguran haber sufrido alguna experiencia de este tipo, y las explicaciones médicas varían: algunos afirman que se trata de imágenes formadas por el cerebro para ayudar a la mente moribunda a aceptar un suceso tan traumático como es el propio deceso; otros aseguran que estas imágenes son alucinaciones aleatorias creadas por partes del cerebro que ya no funcionan correctamente. Factores como el famoso túnel, la luz, el encuentro con seres queridos ya fallecidos o el abandono del cuerpo son puntos clave de dichas experiencias. Determinados especialistas han llegado a experimentar con drogas alucinógenas como la ketamina, que parece provocar situaciones semejantes a las ECM. Willis se basa en estas experimentaciones para presentarnos un cuadro interesante: en Tránsito, una psicóloga especializada en ECMs comienza a trabajar con un neurólogo que cree haber descubierto una combinación de sustancias que provocan experiencias similares a las ECM. Pretenden averiguar más sobre estas extrañas experiencias mediante la evaluación controlada de voluntarios sometidos a la influencia de dicha combinación. Esta propuesta, ya de por sí interesante, se desarrolla con el compás rápido y ameno al que nos tiene acostumbrados Willis, basándose en el diálogo y en la interacción de personajes divertidos e ingeniosos, en el entorno de un hospital laberíntico y frenético donde podría desarrollarse perfectamente un capítulo de Urgencias, Scrubs o incluso House (pero con menos glamour), según las preferencias del lector/espectador, ya que la autora se asegura de incluir elementos para todos los gustos. Lamentablemente una imperfecta traducción nos impide a menudo captar los numerosos e inteligentes juegos de palabras que tan bien se le dan a la autora, y aunque siempre es recomendable leer una obra en su idioma original, Tránsito lo pide a gritos.

Por supuesto esta vez Willis se asegura de incluir como acostumbra una buena dosis de metaliteratura, citando a diestro y siniestro a los grandes de la literatura anglosajona. Con la creación de un personaje muy especial, un antiguo profesor de literatura aquejado de alzheimer, construye un puzzle embaucador que nos arrastra página tras página, obligándonos a devorar apresuradamente una obra salpicada de pistas y referencias que bien merecería una segunda lectura más pausada y académica. El enfermo de alzheimer es la Casandra de la novela, un anciano al que nadie escucha porque de su boca sólo surgen sinsentidos, si bien es el hilo conductor de todas las respuestas que buscan los protagonistas. Estas respuestas, bien resueltas y rematadas, nos dejan cierto regusto a insatisfacción, ya que los personajes de Willis son criaturas incompletas, retazos de personalidades reales y complejas que queremos conocer mucho más a fondo. Uno no puede evitar tener la sensación de que posiblemente para este viaje no hacían falta tantas alforjas, que con seguridad Willis podría haberse ahorrado un tercio de las numerosas páginas de la obra, que rebosa calles sin salidas, pistas falsas y conversaciones que no llevan a ninguna parte. Sin embargo, este exceso que probablemente responda al propio amor de la autora por el acto de escribir se perdona con facilidad, compensado con creces por el propio amor que tenemos sus lectores al acto de leer sus obras.

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