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Anécdotas de escritores (II)

AutorGabriella Campbell el 12 de marzo de 2009 en Divulgación

Tras un infarto que sufrió en 1900, Henrik Ibsen se vio obligado a dejar de escribir. Tuvo que pasar los seis años más que permaneció con vida como un inválido.

Un día, su enfermera se atrevió a sugerir que tenía mejor aspecto que de costumbre, y que por tanto tenía que encontrarse mejor. “¡Al contrario!”, respondió él, y acto seguido falleció.

Chesterton

G. K. Chesterton, el conocido autor británico, era extremadamente despistado. Decía que tenía siempre tantos asuntos en la cabeza que siempre se olvidaba de citas y eventos, por lo que dependía para esto de su esposa, que le hacía de secretaria y le llevaba la agenda. Una vez, de viaje dando una serie de conferencias, le envió a su mujer un telegrama que decía: “En Birmingham. ¿Dónde tendría que estar?”. A lo que ella respondió: “Casa”.

El día que cumplía noventa años, el dramaturgo George Bernard Shaw recibió una visita del célebre detective Fabian, de Scotland Yard. Para celebrar la ocasión, Fabian le sugirió a Shaw que tomaran impronta de sus huellas digitales, para que quedaran para la posteridad.

Lo curioso es que las huellas digitales de Shaw eran tan suaves y finas que no pudieron obtener una impresión válida para dicho recuerdo. Ante esto Shaw declaró: “Si hubiera sabido esto antes, ¡habría escogido otro oficio!”

Se cuenta que Jean Jacques Rousseau le envió a Voltaire un ejemplar de su Oda a la posteridad, para ver cuál era su opinión respecto a ésta. Voltaire declaró al respecto que no pensaba que el poema llegara a su destino.

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